Nada podría hacerme cambiar de opinión respecto al italiano.

Alexandro tiene que ser una de las personas más cálidas que he tenido el placer de conocer, de apariencia dura e intensa, pero jamás me ha tratado de una forma que haga cuestionarme si tiene o no un buen corazón. Afuera podrá esforzarse por mantener al margen las emociones, pero conmigo, aquí en su departamento o simplemente al sitio al que vayamos, no ha sido más que dulce y atento. Aunque sí que muy mandón en la habitación, y eso es otra cosa que adoro de él.

Las dos facetas del hombre Armani.

—¿Debo preocuparme?—Sonrío, apenada por haberme dejado divagar demasiado.

—Estoy bien pero es raro, sólo eso—Me encojo de hombros. Alexandro busca mi mirada, frunciendo el ceño.

—¿Debería llamar a un Doctor?

Me río por su exageración.

—Por supuesto que no—Niego de inmediato, divertida.

El italiano no parece muy conforme.

—Date la vuelta, quiero verte bien—Pide, con sus dedos ahora en mis caderas.

Me carcajeo, pero cuando noto que él no está bromeando hago exactamente lo que me pide. No quiero que se cuestione si ha hecho algo mal, porque no lo hizo.

El agua se mueve conmigo, las suaves ondas que van y vuelven, la temperatura perfecta y el clima ideal cuando estoy de frente sentada en su regazo. Me trago un gemido que amenaza con brotar desde lo más profundo de mi garganta, su miembro presionando ahora en mi estómago.

Hace algunos mechones de mi cabello a un lado poniéndolos detrás de mi oreja. Le da una larga mirada a mi rostro, desplazándose por mi cuello y tetas.

¿Está comprobando que sea cierto?

Que tierno.

—Háblame, ¿qué sientes entre las piernas?—Desvía su atención hacia abajo.

Me pongo muy roja.

—Alexandro—Jadeo.

Alza la mirada, frunciendo el ceño, actuando como si lo que acabara de preguntar fuese de lo más normal y tema de gran importancia. Me río por los nervios, mordiendo mi labio inferior en un intento por frenar la risa.

—¿Qué? ya he estado allí adentro en más de una manera, no tienes que ponerte así conmigo—Escondo la cara en el hueco existente entre su hombro y cuello. Se ríe vibrante y jovial—¿Ésta noche estás vergonzosa?—Murmura. Niego, sin dar crédito—No tiene sentido. Has tenido mi lengua y dedos más veces de las que puedo contar bella bruna y resulta que ahora también mi polla.

Me cubro más, esperando que no vea lo roja que estoy.

—Pero es diferente—Mascullo, poniendo mi tacto detrás de su nuca, tomando su cabello a la misma vez que lo abrazo.

Me besa la mejilla—No, no lo es.

Y yo que me consideraba alguien con quién poder hablar de estas cuestiones.

Quiero ahogarme en la bañera.

Me urge cambiar el rumbo de la charla.

—¿Cómo estás tú?—Alexandro se ríe cuando hace el ademán de apartarme para verme a los ojos.

Bella bruna—Advierte, impaciente porque le haga caso.

Lo ignoro.

—¿Te dolió a ti también?—El Italiano inspira hondo, como si le hubiera dado un golpe en el estómago.

Esclava del PecadoWhere stories live. Discover now