Unos minutos después, mi mejor amiga aparca el coche en el sitio en el que están todos los demás, a unos metros de la entrada de la residencia. Los tres salimos del vehículo con una sonrisa.

—Joder, tío —Oscar observa alrededor—. Esto está a reventar. Hoy ligo seguro.

—No me digas que has venido solo por eso —dice Brooke.

—¡Claro que no! También he venido para pasar tiempo con vosotros. Pero eso no significa que no vaya a intentar ligar.

—Suerte con eso, Oscar —Le guiño un ojo—. Yo voy a buscar a Alex.

—Suerte con tu chico, Jess —Brooke sonríe—. No te preocupes por nosotros; yo me ocupo de que Oscar no beba demasiado. —Engancha el brazo de Oscar al suyo y empieza a caminar hacia otro lado. Él se deja llevar encantado—. Vamos a divertirnos.

Observo hacia delante con el objetivo de localizar a Alex, pero no hay rastro alguno de él en el exterior. Supongo que está dentro, con el resto de chicos. Empiezo a caminar en dirección al edificio con tranquilidad hasta que cruzo miradas con alguien que, desgraciadamente, conozco bien. Me freno en seco. Los ojos grises y la expresión de amargura son difíciles de olvidar.

Logan.

Está apoyado en la pared con un vaso en la mano derecha. Como siempre, lleva aquel gorro negro que parece que jamás va a quitarse. Y parece aburrido. Al menos, hasta que se da cuenta de mi presencia. Entonces no parece aburrido, sino cabreado.

—No me jodas —gruñe en voz baja.

—¿Qué estás haciendo tú aquí? —Es lo único que se me ocurre preguntar.

—Me he colado —responde, tan tranquilo—. No debería extrañarte.

Miro alrededor para comprobar si hay alguien que pueda darme una excusa para alejarme de Logan, pero nadie conocido pasa cerca de nosotros. La única opción que me queda es irme sin más y buscar a Alex.

—Mira, me da igual. He venido para ver a mi novio, no para hablar contigo.

—Tu novio —repite con sorna—. Qué gracioso. A mí nunca llegaste a llamarme así.

No. No acaba de decir eso, ¿verdad?

Mi cuerpo se detiene en seco. Un escalofrío me recorre la espalda. Trato de evadir los recuerdos, pero soy incapaz. Hay demasiados y lo peor es que aparecen todos a la vez, justo cuando menos los necesito. Las palabras de Logan se me clavan en el pecho. Es como si el tiempo se detuviese.

—Eres un cobarde —escupo—. La culpa no fue solo mía, y tú lo sabes muy bien.

—Los dos somos unos cobardes, Jess.

Y de repente siento que ya no puedo seguir escúchandole. No caigo en la cuenta de ello hasta que me veo a mí mismo cambiando el rumbo hacia la entrada de la residencia. Por suerte, Logan no me sigue. Aunque tampoco veo a Brooke ni a Oscar. Solo hay un montón de personas que no conozco. Los miembros del equipo de fútbol también están allí, los cuales son fáciles de reconocer por las camisetas con sus números que llevan puestas. Busco a mi novio con la mirada y, al no encontrarle, me adentro aún más en el interior hasta que me cruzo con uno de los chicos.

El arte que somos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora