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Shae entró en el castillo y una docena de mujeres la escoltaron a sus aposentos. Un revuelo de ropas avanzando por los pasillos se mezclaban con el cuchicheo de las mujeres. Iban vestidas con sencillez, pero con tejidos de primera calidad, y apenas lucían joyas; algún colgante a juego con pendientes, pocos anillos y menos pulseras. Todas pululaban alrededor de Shae sonriendo, mirándola, recolocando sus ropas debidamente mientras avanzaban. Ella las miraba con seriedad, expectante y poco acostumbrada a levantar tanto revuelo, mientras las dejaba hacer con desconcierto.

⎯¿Cuáles son las órdenes, Milanesa? ⎯preguntó la más joven.

⎯Acomodarla y prepararla para la cena ⎯contestó Milanesa, la mayor, que lucía un colgante en forma de cruz de cuatro brazos iguales engastados en rubíes a juego con unos pequeños pendientes.

⎯¿Habéis preparado el baño? ⎯preguntó Malaui, de piel negra como una noche sin luna en mitad del Bosque Neblina. Un elegante collar de pequeñas perlas destacaba sobre su esbelto cuello de ébano.

⎯El Señor la quiere a las 8 preparada en el Gran Salón, está todo listo ⎯dijo una mujer con mil trenzas rojizas.

De pronto, Shae frenó en seco sin mediar palabra, mientras chocaba el metal de sus grilletes con las cadenas.

⎯Oh, por el Amor de Natura ¿qué es esto? ⎯se escandalizó Milanesa al ver las manos de Shae inmovilizadas como una vulgar delincuente.

⎯Yo me encargo ⎯y una voz de hombre salió de la nada.

Todas inclinaron la cabeza en señal de saludo y un hombre maduro de ojos verdes y pelo negro alcanzó a abrir los grilletes de Shae.

Milanesa sonrió, volvió a inclinarse, algo que todas imitaron de inmediato, y miró de reojo a Shae, que no mostró alteración alguna. Aquel hombre, de manos grandes, agarró las manos de la sanadora y observó los delicados tatuajes. La herbolaria apartó las manos de inmediato, bajó la mirada con desprecio y se replegó lo que pudo. Olía a almizcle shangrilano. El hombre hizo un gesto con la cabeza y todas reanudaron la marcha, seguidamente desapareció como vino; era un castillo grande y quedaba trecho para llegar a los aposentos asignados a la sanadora. Una puerta de herrajes negros, alta como un roble, incrustada de símbolos reales daba paso al nuevo hogar de Shae. La habitación era más grande que su propia casa. Una gran chimenea encendida era el centro del dormitorio, con un par de sillones de piel y cojines. Detrás se encontraba la zona de baño, cuyas aguas pasaban por tubos que calentaba el propio fuego de la chimenea. Una pequeña puerta en la pared y unas cintas de cuero de las que tirar activaban un mecanismo para bajar y subir objetos, como el agua fresca para enfriar el baño o comida. Una cama enorme con dosel tallado en negra madera de obuc era el elemento principal del dormitorio, cuyo gran ventanal era una vidriera que recreaba una escena del Lago Sagrado, donde la Diosa Madre consagró a Samura. Un cuadro de Samura, de espaldas, a tamaño natural, mostraba a la elegida desnuda con la mano extendida y mirando hacia atrás, como queriendo invitar al baño que estaba a punto de tomar. Un precioso tocador, un escritorio, tapices y alfombras, sillas y un armario también en madera de obuc constituían todo el mobiliario de la habitación.

Mientras unas confirmaban que el baño estaba a la temperatura adecuada y derramaban flores y sales, otras rebuscaban en los armarios. Al fin, sobre la cama, un fino vestido de seda y brocado en color esmeralda y verde manzana, suave como el beso de un ángel. En el tocador, un largo collar de perlas con un broche de esmeraldas, un brazalete de oro y unos pendientes con una esmeralda talla brillante en el centro, de los que colgaban pequeños diamantes.

⎯Son preciosos ⎯dijo Malaui mientras apreciaba la delicada talla de las piedras.

⎯¿Me permites? ⎯preguntó Robin, la de las mil trenzas pelirrojas, mientras intentaba desabrochar el vestido de Shae.

⎯Evidentemente, no ⎯contestó la sanadora con voz calma.

⎯Pero... ⎯acertó a articular Robin.

⎯Comprende que tu situación pende de un hlio, Shae ⎯dijo Milanesa con semblante serio.

⎯Comprendo ⎯contestó Shae sin alterarse.

⎯Entonces, permíteme, por favor ⎯Milanesa se acercó a ella.

⎯He dicho que, evidentemente, no ⎯dijo Shae.

⎯No ¿a qué te refieres con ese no exactamente? ⎯siguió hablando la mayor de todas.

⎯No permito.

⎯¿Seríais tan amable de dejarnos a solas? ⎯preguntó a sus compañeras una Milanesa que en nada había perdido la compostura.

Todas se miraron extrañadas, vacilando entre cumplir las órdenes de la que estaba al mando del cortejo o las directas de su rey. Robin, la más espabilada, las animó a obedecer.

⎯Andando, chicas, tenemos cosas que hacer.

Alzaron levemente sus ropajes y aceleraron el paso, desapareciendo por la misma puerta por la que minutos antes habían entrado.

Milanesa esbozó una sonrisa conciliadora, como queriendo empatizar con Shae aprovechando la intimidad. Pero Shae no confraternizaba, seguía distante y, aunque algo hosca, su tono y modales eran amables. El tiempo pareció detenerse, ninguna decía nada.

⎯¿Quieres preguntarme algo? ⎯dijo al fin Milanesa, despacio, como analizando el terreno.

⎯No ⎯contestó suavemente, pero con firmeza, cruzando las manos delante del vestido.

⎯¿No quieres saber por qué estás aquí? ⎯siguió inquiriendo mientras los rubíes de la cruz resplandecían como ascuas al destello del fuego de la chimenea.

⎯No ⎯dijo Shae en el mismo tono sin dejar de mirar a los ojos a su interlocutora.

Milanesa la miró sopesando qué iba a decir a alguien con quien no podía negociar. No sabía si Shae era muy inteligente o muy tozuda. En cualquier caso, debía jugar su mejor baza para convencerla de que hiciera lo que ella quería, si no, habría problemas para todas. Así que optó por usar su mejor baza, la más simple, decir la verdad.

⎯Aunque no lo creas, sé por lo que estás pasando. Hace diez años corrí la misma suerte que tú, salvo por el motivo, tuve que abandonar mi vida sin mirar atrás. No solo dejé a mi marido y a mi hijo, también a mis padres y hermanas. Yo cumplí mi parte del trato y no les pasó nada, me dejaron volver como se me prometió.

Shae la miró. Era obvio que Milanesa se había sincerado, no dudaba de sus palabras, pero no quería saber por qué le contaba aquello. No quería saber nada, solo quería volver a casa.

⎯Gracias por la información ⎯dijo Shae.

⎯Si no colaboras nos meterás a las demás, que no tenemos culpa, en un problema ¿serías tan amable de permitir que continuemos?

⎯No.

Dicho lo cual, comenzó ella misma a desvestirse, se metió en el baño y se lavó con toda naturalidad. Cuando salió del baño se dispuso a secarse pero al mirar a Milanesa supo que algo no iba bien. La mujer con la mirada fija en ella, se había quedado clavada en el suelo.

⎯¿Se encuentra usted bien? ⎯atinó a preguntar Shae al ver que a la mujer casi se le había olvidado respirar.

⎯No.

Susurradora de difuntosDove le storie prendono vita. Scoprilo ora