Vuelvo al plano cuando él italiano emite un gruñido bajo y ronco, pasando a otra; Kat y yo la noche en la que salimos al nuevo club y le presenté, no sólo a ella si no que también a Cristina, al hombre que parece un genuino gruñón mientras recorre con sus ojos el atuendo que llevaba puesto ese día.

Estamos más de cinco minutos en pleno silencio, con Alexandro estudiando mi instagram, frunciendo los labios y rascándose la barbilla, pensante.

—Entiendo porqué tantos te siguen, bella bruna—Dice, regresando a la foto en la que voy deportiva.

Divertida, inquiero—¿Ah sí?

Asiente—Te ves espectacular en todo lo que publicas, es fácil que quieran más de ti—Pronuncia—, pero es bueno que yo sea el único que lo obtiene de verdad. ¿No crees?—Se aproxima, dándome un corto beso. El calor sube por mi rostro—Quiero ésta foto, me gusta—Me muestra la pantalla.

Con las mejillas al rojo vivo y mi corazón latiendo como un lunático, respondo—Te la puedo enviar.

—Eso suena bien—Dice, mirando hacía la parte de abajo de la publicación—¿Qué es esto?

Confundida, busco con la mirada.

—Oh, ahí están los comentarios—El italiano chasquea la lengua, apretando el pequeño ícono.

Un segundo después se queda muy quieto, con los hombros algo tensos y la mandíbula apretada. No sé que ha visto pero es claro que no le hace ninguna gracia. Jamás le doy relevancia a esas cosas, a menos de que se trate de Kat o anteriormente Cristina, de quién no he tenido noticias en una temporada. No me permito darle muchas vueltas a ese asunto, porque Alexandro cierra la aplicación, regresándome mi celular.

—Quiero que me abras una cuenta—Dice, agarrando ésta vez su propio teléfono para dármelo. Expresión que endurece sus facciones.

—¿Estás seguro?—Desconcertada, le pregunto. Él asiente. ¿Qué bicho le ha picado? Hace un rato atrás estaba un hombre de las cavernas, en contra de lo que tenga que ver con el contacto a nivel de redes sociales.

—Pero no sigas a nadie más que a ti, bella bruna.

Me carcajeo.

—Lo entretenido es ver qué hacen otras personas, no únicamente yo.

Aplasta los labios en una delgada línea—Me interesas sólo tú, así que no.

¿Por qué parece molesto?

No obstante, asiento.

—¿Tienes una foto de ti que podamos usar?

Me sorprendo por segunda vez al percatarme de que el aparato no tiene ninguna forma de contraseña. Está al descubierto, libre para las manos curiosas de cualquiera que quiera hurgar en su vida privada. Le estoy a punto de cuestionar porqué ha decidido no protegerlo, cuando me doy cuenta de que las líneas en su frente no se han relajado. Continúo con el plan inicial.

Alexandro inmediatamente sacude la cabeza, negando.

Me lo veía venir.

—¿Que tal de algo que te guste?—Intento ésta vez.

Se lo piensa, entonces, con total liviandad dice;—¿Es suficiente mi jet?

Abro la boca, soltando un sonido de exclamación, y él se parte en una carcajada.

¿Tiene un jet privado? No sé porqué me esperaba menos, pero es que, joder, ¿En sus viajes utiliza un avión propio? A veces creo que no tengo real dimensión de quién es Alexandro y el poder que tiene en sus manos. Que extraño, porque siempre me siento con los pies en la tierra cuando se trata de él, incluso con sus regalos costosos, no es petulante o engreído, muchos menos extravagante, no como Andrea. Por supuesto que de igual manera está claro que disfruta los privilegios que el dinero le da, no se me pasa por alto que estamos en su yate, pero es muy tranquilo respecto a ello.

Esclava del PecadoWhere stories live. Discover now