No podía soportar los nervios. Me quedé mirando un jarrón con flores de diverso tipo —cuyos nombres no conocía, por supuesto— y me mordí una de mis uñas, concentrándome en aquellas flores como si fueran lo único importante en el mundo.
Al final JaeHyun vino a interesarse por mí, igual que había hecho con los demás. Se puso a mi lado y también se quedó mirando las flores. Ninguno de los dos sabía bien qué decir.
—¿Estás bien? —preguntó por fin.
—Sí —susurré.
—Pareces alterado —insistió él, tras una breve pausa.
—¿Qué les ocurrirá a mis doncellas? —dije, poniendo en palabras mi mayor preocupación. Yo sabía que estaba a salvo, pero ¿dónde estarían ellas? ¿Y si la incursión de los rebeldes había pillado a alguna de ellas por los pasillos?
—¿Tus doncellas? —preguntó él, con un tono que me dejaba como un idiota.
—Sí, mis doncellas —le miré a los ojos, para que se diera cuenta de que en realidad solo una minoría escogida de la multitud de personas que vivían en el palacio estaban a salvo. Estaba a punto de echarme a llorar. No quería hacerlo, y respiraba a gran velocidad para intentar controlar mis emociones.
Me miró a los ojos y pareció entender que en realidad estaba a apenas un paso de ser un sirviente. Aquel no era el motivo de mi preocupación, pero me parecía extraño que un sorteo marcara la diferencia entre alguien como Anne y como yo.
—Ahora mismo deben de estar escondidas. El servicio tiene sus propios lugares donde ocultarse. Los guardias saben muy bien cómo tomar posiciones rápidamente y alertar a todo el mundo. Deberían estar bien. Tenemos un sistema de alarma, pero, la última vez que entraron, los rebeldes lo desbarataron por completo. Están trabajando para arreglarlo, pero... —JaeHyun suspiró.
Fijé la mirada en el suelo, intentando aplacar todas mis preocupaciones.
—Taeyong, por favor... Me giré hacia JaeHyun.
—Están bien. Los rebeldes han sido lentos, y todo el mundo en el palacio sabe qué hacer en caso de emergencia.
Asentí. Nos quedamos allí, de pie, un minuto, hasta que noté que se disponía a marcharse.
—JaeHyun —susurré.
Él se giró, algo sorprendido de que alguien se dirigiera a él de un modo tan informal.
—Sobre lo de anoche... Deja que te explique. Cuando vinieron a casa, a prepararnos para venir aquí, un hombre me dijo que yo nunca debía decirte que no. Pidieras lo que pidieras. En ningún caso.
—¿Qué? —respondió él, atónito.
—Lo dijo de un modo que hacía pensar que podrías pedir ciertas cosas. Y tú me habías dicho que no habías tratado con muchos pretendientes. Después de dieciocho años... y luego pediste a las cámaras que se alejaran. Me asusté cuando te acercaste tanto.
JaeHyun sacudió la cabeza, intentando procesar todo aquello. La humillación, la rabia y la incredulidad se reflejaban en su rostro, habitualmente sereno.
—¿Eso se lo han dicho a todos? —dijo, horrorizado.
—No lo sé. Supongo que a muchos de los chicos no les hacía falta que se lo advirtieran. Probablemente «ya estén» deseando abalanzarse sobre ti —observé, señalando con un gesto de la cabeza a los demás.
Él chasqueó la lengua, molesto.
—Pero tú no, así que no tuviste ningún reparo en darme un rodillazo en la entrepierna, ¿es eso?
