—¿Quieres saber lo que creo?—Pregunto con suavidad, barriendo con mi dedo pulgar una gota de agua que escurre por su espalda. No responde, por lo cuál, prosigo—Que si antes me gustabas, incluso desconociendo aquello de lo que te avergüenza y odias de ti mismo, jamás me había encontrado con un ser tan hermoso como tú. Así que con mucho gusto puedo abrazar tus inseguridades por ambos. Porque sigues siendo tú, Alexandro, con cicatrices o sin ellas, no hay un centímetro de ti que no sea digno de admirar.

Aguardo unos segundos, con gentileza es que me inclino hacía la parte más dañada, depositando un cálido beso en la zona. La sensación en mis labios me devasta, y es inevitable que algunas lágrimas no se deslicen por mis mejillas en consecuencia. No hago ni un sólo ruido, aguantando el sollozo que sube por mi garganta y amenaza con escaparse. Alexandro exhala con brusquedad, sorprendido, temblando ligeramente mientras rodeo su torso con los brazos para sostenerlo, continuando con la línea de besos. Llega cierto punto en que debo ponerme en puntitas de pie, y lo hago, sin detenerme hasta tener total certeza de que no ha quedado milímetro libre de su espalda sin una caricia por mi parte.

De a poco regreso hacía el frente, y no le permito reaccionar que mis manos ahuecan su rostro, un segundo después, tiro de él a mi boca.

Al principio titubea, aunque no necesita más que mis dedos entre las hebras de su cabello para que corresponda con el mismo frenesí que el mío. Le transmito todo mi apoyo, y quiero que tenga la certeza de que ante mis ojos no es menos fuerte, respetable o atractivo. Para mi su característica aura poderosa, dominante y ligeramente temible, no se ha desvanecido. Pero me ha hecho caer en la cuenta de que aquél que se logra presentar como inquebrantable igualmente puede esconder los más dolorosos secretos, ocultando sus grietas a simple vista.

Alexandro me rodea con sus musculosos brazos por mi cintura, empujándome contra su pecho, separando mis pies del suelo. Jadeo, besándolo con tanta intensidad que mis pulmones claman por aire y mis labios se sienten hinchados. Me reprendo mentalmente cuando una lágrima se mezcla entre nuestro beso, regañándome. Se trata de Alexandro, únicamente de su aflicción, no de cómo me afecta a mi.

No se me pasa por alto que el ligero temblor de su cuerpo sigue ahí, lo abrazo por los hombros, buscando que mi calor aminore su agitación.

¿Alguien sabe lo que le ha ocurrido? ¿Andrea? ¿Más de su familia? No quiero darle vueltas a que haya tenido que pasar por esto sólo, y ni siquiera puedo tener un leve presentimiento de quién sería tan inhumano para atacarlo de tal forma.

Al separarnos y dar con su mirada, me percato de que sus pupilas están dilatadas y el color de sus orbes va más allá de un simple negro; la misma noche, penumbra pesada y sombras que lo persiguen. Puerta a oscuros misterios e innombrables sucesos.

—No llores—Dice, dándome un corto beso, limpiando con su pulgar las lágrimas que se resisten a desistir.

Mi corazón se salta un latido cuando sus labios son ahora los que se llevan todo el resto de agua salada de mis mejillas.

Retengo un hipo.

—Lo lamento—Niego. Joder, usualmente soy muy buena para resistir el llanto.

—Quedó en el pasado, bella bruna—Se refiere a sus cicatrices—No vale la pena que te pongas así por mi.

—Detesto que hayas tenido que vivir eso—La furia me azota otra vez. ¿Quién se atrevió a tratarlo así? La mandíbula se le ajusta—¿Quieres hablar de ello?—Pregunto, batallando por controlar mi respiración.

El italiano niega, más dispuesto a zanjar el tema

La mirada se le perturba—Lo único que quiero es que dejes de llorar, tan bonita y gastando lágrimas en un cabrón como yo.

Esclava del PecadoWhere stories live. Discover now