Dance les étoiles

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Desde el día de mi mudanza, Eriol, mi supuesto mejor amigo y reciente socio, se volvió fanático de convertir mis días en un auténtico infierno. Varias veces me hizo dudar respecto a mi decisión de haberme mudado a Tokio. Si bien mi decisión se debía a cuestiones netamente profesionales y a una importante oportunidad de inversión, Eriol no dejaba de hablar de una estúpida cita a ciegas que me había arreglado. Desde luego, me negué rotundamente y eso empeoró la historia. Mis días de llamadas telefónicas a la compañía para asegurarme que todo siguiera en orden, de conferencias con los directores de las fábricas y el área de marketing, se veían interrumpidos por la insistencia de mi socio. Y vaya que ya me estaba arrepintiendo de haberlo hecho mi socio. Cada vez que quería hablar con él del negocio que pretendíamos ampliar, la creación de una inteligencia artificial lo suficientemente útil como para poder ser aplicada en los hogares de cada persona y que sirviera para realizar desde tareas hogareñas hasta cuestiones de seguridad, él me interrumpía y sacaba a relucir la cita que me había organizado para el sábado. Las quejas morían en mi boca cada vez que intentaba disuadirlo de esa ridícula idea y que nos dedicáramos a lo que realmente importaba, el desarrollo de nuestra nueva empresa de tecnología en la que estaba invirtiendo mucho dinero.

—Hay tiempo para eso —me decía siempre con su irritante tono relajado—. Para lo que no hay tiempo es para desperdiciar citas.

Lo odié. Lo aborrecí con cada partícula de mi ser y mis ganas de meterle una patada en el trasero se vieron alimentadas un poco más día a día. Pero, Eriol, tal y como su personalidad lo caracterizaba, siempre me terminaba disuadiendo; su paciencia era infinita y firme, al contrario de la mía que era siempre frágil. Los años, su inteligencia, su tranquilidad y su persistencia lograron que terminara por considerarlo un buen amigo en el que había depositado gran parte de mi confianza. Eriol Hiiragizawa se había ganado mi respeto y hasta el de mi propia madre, a pesar de que a veces consideraba su personalidad algo errática, sobre todo cuando nos juntábamos a beber cerveza con intención de relajarnos (ver a Eriol ebrio era una dicha a la que no cualquiera podía acceder. Se transformaba en otra persona). La distancia, en este caso, nos había unido más de lo que cabía esperar.

Así que, sí. Me ganó por cansancio y porque el muy desgraciado se apareció el sábado en mi casa bien temprano, poco dispuesto a sacarme los ojos de encima. De cualquier manera, ya me había resignado y mis intenciones de escapar de esa cita habían quedado en el olvido. No podía dejar a la chica con la que iba a salir plantada, fuera quien fuera ya que el muy mal nacido no me había querido dar información, porque eso sería faltar a mis principios. De cualquier forma, si Eriol y Tomoyo (a quien apreciaba pero a la vez maldecía por haber reaparecido en la vida de mi amigo por muchísimas razones), tenían una pizca de sensatez a la hora de presentarme a alguien, quizás la cita no fuera tan mala idea y me sirviera al menos para liberar tensiones y estrés acumulado, si tenía suerte. Sí, estaba atravesando una etapa en la que los maldecía mucho.

Habiéndome visto obligado a participar del la absurda idea de mis amigos, me metí en ese extraño lugar. Debía admitir que durante gran parte de mi cita estuve debatiéndome respecto a las amistades que había elegido. Tomoyo había pasado a formar parte de mi círculo social cercano luego de reencontrarse con Eriol y que ambos comenzaran su relación amorosa. En ese entonces, nos encontrábamos planificando nuestra asociación y su aparición comenzó a ser más recurrente por lo que un buen día me obligó a dejar de llamarla por su apellido, así que ella también entraba en ese cuestionamiento de amistades. Con respecto al lugar que habían elegido, no pude dejar de pensar en qué carajo se les había pasado por la cabeza. Mi primera impresión al ver llegar a la recepcionista con una venda, fue creer que todo era una broma de mal gusto de Eriol y que había terminado en un extraño antro por seguirle la corriente. Estuve a punto de dar media vuelta y marcharme cuando ella me explicó que qué trataba todo. Pero, desde el vamos, ¿a quién en su sano juicio se le ocurriría organizar una cita a ciegas en un lugar donde, literalmente, estabas a ciegas? ¿Qué lógica tenía eso? Por otro lado... ¿a quién se le ocurre abrir un restaurante donde sus comensales no pudieran ver ni lo que estaban consumiendo? Definitivamente aquél no sería un negocio donde yo quisiera invertir mi dinero. Por último, estaba seguro que Eriol tendría que buscarse una bruja que lo desengualichara, porque la cantidad de veces que lo insulté mentalmente durante esas horas, no tenían precedente.

cita a ciegasWhere stories live. Discover now