Extra:Mellizos Maxwell.

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Se acomoda en el sofá, poniendo su cabeza en mi vientre desnudo como si fuese almohada, lo acaricia con sus manos.

—Par de terremotos —habla pegando su frente a mi panza—. ¿Ya quieren salir de ahí? —Desliza las manos sobre mi vientre.

Los mellizos siguen moviéndose haciendo que me queje. No sé por qué, pero hay uno de ellos, que es adicto a la voz de Theo, apenas la escucha empieza a moverse

—Están intensos. —Digo acomodándome en el sofá.

—Ya me reconocen —sonríe mirándome y vuelve a pegarse a la gran panza para hablarles—. Salgan ya, quiero cargarlos y llevarlos a pasear, también quiero ver sus caras rosadas por lo pequeños que serán...

Se queda sobre mi panza porque según él puede escuchar a los bebés, yo le dije que son mis tripas, pero no me cree.

Me termino el tarro de helado y él se queda dormido con la cabeza en mi panza y sus manos a cada lado. Me quedo ahí dejándolo dormir, el hecho de que ahora no solo se encarga de la ópera, sino que también de la empresa y de mis clubes lo agota, yo casi doy a luz y no puedo así que él es quien se encarga de todo.

Me quedo dormida yo también, pero despierto con dolor de espalda.

—Theo —lo llamo y no se inmuta, mi mente loca pide venganza porque se comió mi helado así que me preparo.

—¡Theo! ¡Los mellizos ya vienen! —Grito fingiendo dolor, se levanta asustado y trata de cargarme, pero la risa me traiciona.

—Te voy a matar, Madison Blake de Maxwell —reniega masajeándose la sien—. Sabes que me da jaqueca, que me levanten con gritos.

—Perdón —le digo, me ayuda a levantarme—. Es que estoy incómoda aquí, siento un dolor raro en la espalda.

Tomo el envase de fresas para dejarlo en la cocina y él sube a nuestra habitación. Cuando paso la puerta de la cocina pierdo fuerza en el cuerpo y el envase de vidrio cae al piso partiéndose en mil pedazos. Seguido de eso siento como se me empapan las piernas.

—¡Theo! —Grito.

—¡Theo! —Grito

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Theo.

No termino de entrar bien a la habitación cuando escucho algo romperse abajo. Seguido de eso el grito que sale de su boca me pone en alerta.

La encuentro, inmóvil en la puerta de la cocina y un agua de dudosa procedencia empapa el piso.

—No te voy a creer esta vez. —Digo y me mira respirando como si quiere matarme.

—¡¿Me ves cara de que estoy mintiendo?! ¡Tus hijos ya vienen!

Ay Dios.

¿Qué hago?

No estoy listo.

—No. No. No. —Reacciono corriendo por la pañalera que ya está preparada. Bajo y la ayudo a salir al garaje. Salimos y la siento en el asiento de copiloto, intento ponerle el cinturón y me frena.

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