—¿La cocina?—Cuestiona, apretándome a su costado. Su embriagador aroma me envuelve aún más.

—Todo lo que pueda necesitar, está allí mismo; el refrigerador con la selección especial de quesos que pidió, la cava de vinos refrigerada y los panes. También, las alacenas constan de provisiones por si usted prefiere cocinar y no le apetece comer la comida que la Señorita Palmer les preparó—Miro hacía la chica, quien da un corto asentimiento en señal de cordialidad. Alexandro hace un sonido bajo con la garganta, pensativo.

—No me gustan los imprevistos, Mercer—Advierte. El hombre abre ligeramente los ojos, asintiendo de inmediato.

—No los tendrá, yo permanecerá navegando la embarcación y mi equipo estará en el puerto por si usted  requiere de algo—Asegura—Aunque debería preguntarle, ¿La Señorita Palmer se quedará? Está en su poder decidir si así lo quiere, prepara unos exquisitos postres.

El italiano frunce las espesas cejas, como si recién se hubiese dado cuenta de que la chica está con nosotros. A penas si le dedica una mirada.

—No—Sentencia. Mercer acepta la orden.

Vuelvo a recorrer el lugar con la mirada. El sitio es bastante amplio; un pasillo, que posiblemente guíe hasta una habitación, y del otro lado, otro pasillo más que quizás de hacia la mencionada cocina.

—Entonces eso es todo—Dice Alexandro, impaciente porque los dos se retiren.

—Muy bien, Señor—Asiente, dándole una seña a Palmer para que se vaya. Le sonrío al verla marchar, esperando lo mismo de su parte. Aunque, las mejillas se le vuelven rojas cuando pasa totalmente de mi al enfocarse por completo en el italiano. Arrugo el entrecejo, joder. ¿En serio? Suspiro—Estaré preparando todo, muy pronto zarparemos. Puede encontrarme en la cabina, sólo debe ir por mí y estaré a sus servicios—Declara, desplazando la mirada entre los dos.

—No será necesario—Niega el italiano, algo distante.

Mercer vuelve a asentir, en está ocasión dirigiéndose a mi—Que disfrute el recorrido, Señorita Bech.

—Gracias—Correspondo a su amabilidad de la misma manera.

Entonces, el hombre emprende el andar hasta la salida, cerrando la puerta detrás de si al irse.

Alexandro suelto un suspiro, posando sus ojos en mi al guiarme a su firme pecho. Le sonrío, encontrándome con sus dos perlas negras cuando las palmas de sus manos dan con mi espalda baja.

—¿Crees qué...?

Pero toda oración queda flotando en el aire cuando sus labios buscan los míos en un beso duro y urgente. Jadeo, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello, apretándome contra él. El hombre Armani gruñe al primer contacto de nuestras lenguas, mordiendo mi labio inferior.

Gimo suave, tirando ligeramente de algunos mechones de su negro cabello.

Su aliento cálido golpea mi mejilla, el aroma de su propio perfume y la loción de afeitar—Creí que no se irían más—Reniega, entre besos.

Me río—Fueron muy gentiles—Digo, intentando que mi voz se mantenga lo más normal posible ante el reciente asalto—No eres muy sociable, Alexandro—Finjo disgusto, negando mientras mi ceño se frunce. Su sonrisa se expande.

—Sólo con la gente que quiero—Me da un corto y nuevo beso. Lucho con los latidos erráticos de mi corazón—Mientras Mercer se encarga del yate, vamos a que comas algo, bella bruna—Ofrece.

De la mano, y con mucha tranquilidad, nos dirige hasta la mesa. La boca se me hace agua al ver todos los tipos diferentes de alimentos; desde tostadas con tocino, por supuesto café fresco, jugo de naranja, huevos revueltos, mucha fruta y un plato a rebosar de croissant rellenos con chocolate. Al instante busco su mirada, me guiña el ojo con picardía, y creo que hoy me tocará sonreír como imbécil por el resto del día.

Esclava del PecadoWhere stories live. Discover now