El plan era dejar a Lauren con ella y luego ir con Garrik hasta el palacio. Una vez solos no importaría si alguien nos viese.

A medida que nos adentrábamos en las calles todo se volvía más peligroso. Las gotas de agua de las cañerías vibraban en el silencio de la noche, alertaban mis sentidos y erizaban mi piel. Garrik estaba igual de alerta que yo. Veía como acorralaba a Lauren contra las paredes cuando las sombras no eran suficiente, y seguía mis pasos con los ojos puestos en todos lados.

Ambos teníamos un mismo propósito: protegerla.

Continuamos avanzando por las calles de empedrado hasta que llegamos a la curva donde estaba el destino. Llevé un dedo a los labios y miré hacia Garrik, quien en seguida entendió. Lauren asintió y fue mi señal para continuar por mi cuenta.

Escalé hacia el balcón, colándome entre dos plantas. Desde aquel primer piso apenas podía ver los edificios de Valletale cerniéndose en la distancia, y aún así, me parecía tan maravilloso... Mi casa. Mi hogar.

Sacudí la cabeza y me obligué a dejar de mirar, porque ahora mi casa estaba en otro sitio. Continué por el balcón dejando atrás una ventana hasta llegar a la cristalera. Si no recordaba mal, Carol siempre dejaba entreabierta la puerta y...

Bingo.

Las bisagras chirriaron, apenas unos segundos. Lo justo para que yo pasara. Y lo hice, guardé silencio y me adentré despacio al espacio. Prácticamente caminaba de puntillas a través del pasillo. Apenas llegué a conocer la casa de mi amiga, pero sabía que ella era muy susceptible al ruido.

Llegué hasta su habitación, pero al asomarme encontré su cama vacía. ¿Qué demonios?

No me dio tiempo a darle muchas vueltas cuando de pronto algo me agarró de la pierna y, por los pelos, casi me arrastra hacia el suelo. Me puse instantáneamente alerta. Mis brazos y músculos se flexionaron y en apenas unos segundos, recordando el entrenamiento al que fui sometido, tenía a atacante contra la pared.

Actué rápido, casi por instinto. Fijé sus muñecas con mis manos y las obligué a poner tras la espalda. Aplasté el cuerpo contra la pared, con su espalda contra mi pecho, y susurré:

—Guarda silencio si no quieres perder tu vida.

Lo que no esperaba era lo que vino después.

—¿Keith?

Mi nombre.

Y no solo eso, sino el tono de voz.

Aquel cabello castaño atado en un moño revuelto. El olor a flores de esos rizos era conocido. Las muñecas pequeñas que agarraba. El color rojo del pijama, el favorito de...

—¿Carolinne? —Repliqué.

Deshice el agarre sobre las muñecas y, en seguida, mi adversario se volvió hacia mí, dispuesto a contraatacar. Sin embargo, en cuanto los ojos grandes y brillantes de Carol conectaron los míos, toda necesidad de pelear huyó de nosotros.

—¡Keith! —Exclamó, lanzando los brazos hacia mí—. ¡Has vuelto!

Sentí cómo me abrazaba mientras el conocido aroma a flores, a hogar, regresaba a mí. Carol había sido mi mejor amiga de toda la vida. Crecimos juntos. Nos convertimos en adolescentes juntos. En adultos.

Sufrió a mi lado cuando me dieron la misión de ir a la tierra. La prometí que sería la primera persona a la que acudiría al regresar, y ahora... aquí estaba.

—¡Keith! —Repitió de nuevo, cerca de mi oído.

Mis brazos fueron moviéndose con lentitud, hasta terminar de abrazar su pequeño cuerpo y arrastrarle junto al mío. Era bonito volver a sentirse en casa.

KEITH  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora