Capítulo 42.

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Daisy.

La marea en Centinela iba arriba y arriba, el agua turbia y oscura de problemas parecía haber inundado todo puerto seco y floreciente. La esperanza se ahogaba y se ahogaba, escasamente podría decirse que esta existía.

Daisy y John, como su estadía en Centinela había sido más prolongada que la de los demás, tuvieron la ventaja de escabullirse rápidamente entre una y otra intercepción en los corredores. La batalla era ardua, y el juego de ninguna manera era limpio, requerían de cualquier jugada sucia, de cualquier movimiento indebido o alguna, por más pequeña que pareciese, ventaja. Cuando la flota repentina de soldados de Centinela inundó los corredores, tomaron a Cárter y a Fheryx de sorpresa y los soldados de Ederdig se vieron acorralados, John y Daisy huyeron. Debían actuar con la cabeza y ser estrategas en lugar de hacerse los héroes solitarios y morir todos en el intento sin la más mínima esperanza. Deambularon de una sala a otra por puertas poco transitadas, subieron vigas que pendían del techo de varios salones para esconderse y se escabulleron, como Cárter lo había hecho cientos de veces, por los ductos de ventilación.

Estaban en el piso número cinco, justo sobre la habitación que había habitado Jeremy la mayor parte de su vida, cuando la interferencia se esfumó y el sonido de sus auriculares volvió.

El sonido de la voz amortiguada y jadeante de Nydel sonó por el auricular de ambos:

—Desmantelé la seguridad protectora de la señal. Estamos en contacto de nuevo. ¿Escuchan?

Daisy tocó el botón sobre el bolsillo de su chaqueta y habló:

—Te oímos, Nydel, somos John y Daisy. Ederdig cayó, necesitamos refuerzos. Tienen a Cárter y a Fheryx y quién sabe a cuántos más. Debemos actuar rápido ¿Tienes algo que nos sirva? ¿Quiénes están con ustedes?

—Eres la primera que contesta la línea, no tenemos más nada salvó lo que acabas de decir. Me encargaré de pedir refuerzos, ¿John y tú están seguros?

—Viajamos por los ductos, necesit... —y como una sonrisa del destino, como un incentivo, una señal, como una luna brillante en una noche nublada, la interferencia llegó efímeramente, y se empezó a desplegar la voz de Anabette en los auriculares de John, Daisy, Nydel, Cárter, Fheryx y todos los demás, salvo en el de Jeremy, cuyo micrófono era quien transmitía el comunicado:

—Ixhel, le pido —recitó Anabette en un tono de voz elevado.

La voz de Jeremy rápidamente la interrumpió.

—Anabette, levántate de ahí, no nos vamos a rendir, primero muerto antes de entregarte a ti a Ixhel otra vez —el silencio en la línea se asentó luego de eso, luego las súplicas y los jadeos de Jeremy rogándole a Anabette que se levantara era lo único que se oía.

Anabette finalmente habló, en un tono neutral y firme:

—Ixhel, le pido —repitió—, que en esta misma base, me tomé a mí como ofrenda, como único incentivo para sus planes venideros, pero que los libere a todos ellos...

La transmisión se cortó en un millón de sonidos chirriantes en los auriculares. Cómo si Jeremy hubiese embestido contra algo y el micrófono se hubiese pulverizado.

Daisy miró a John con asombro, John asintió hacia Daisy como única señal de que ambos sabían qué debían hacer. Y con determinación John se dio la vuelta hacia la cadena de ductos que los dirigirían a su destino, y habló a Nydel por su auricular.

—Envíen refuerzos por tierra a la base, salvaremos a Jeremy, Anabette, Cárter y Fheryx —sentenció sin más, y comenzó a marchar.

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