—¿Hola? —pregunté. El sonido resonó en eco.

Me senté a la espera en la última mesa, con la silla mirando hacia la entrada.

—¿Alguien?

Clavé las uñas en las palmas de las manos, nerviosa.

—¿Julia?

Nos habíamos conocido en este mismo lugar, justo donde estaba sentada. Mi amiga tenía turno ese día, al igual que debía tenerlo hoy. La chica se me había acercado al ver lo incómoda que estaba por los cotilleos indiscretos.

El recuerdo se proyectó en mi mente, retrocediendo el tiempo. 

—Bienvenida, soy Julia. —Tendió su mano. Yo la estreché, devolviéndo el saludo.

—Soy Ana.

La chica era morena y bajita. Llevaba el pelo recogido en dos coletas que le llegaban casi a la cintura. Vestía el uniforme del restaurante, con una corbata azul y blanca mal anudada. Debajo, calzaba unos tenis del mismo color.

—Pensé que aquí se saludaban con un beso en la mejilla —pregunté, recordando a Alex.

Julia soltó una carcajada sonora. Arregló despreocupadamente la chapa dorada con su nombre. En letras pequeñas se podía leer la frase: "Bienvenidos al Caronte".

—¿Quién te ha dicho eso? —La miré buscando alguna señal de burla—. Déjame explicarte. Sí acostumbramos a saludarnos así, pero solo entre amigos íntimos o familiares.

Había conocido al chico recientemente y ya se creía que éramos... ¿amigos? ¿íntimos? Quedaríamos este sábado para dibujar. Me crisparon los puños. "Ah, Alex, lo que te espera".

Revise el menú sin leerlo detenidamente, intentando ocultar mi vergüenza.

—¿Vas a pedir algo? —insistió.

Eché otro vistazo al menú,  esta vez más pausado.

—Una hamburguesa con papas fritas a la francesa. —Fue lo primero que me llamó la atención.

—¿Y de tomar?

—Mmm, un jugo de naranja.

—Enseguida vuelvo con tu pedido. No te preocupes por los chismes aquí, a la gente le encanta —susurró la última frase.

Sonreí.

Julia regresó pronto con mi pedido y en lugar de irse, se sentó a mi lado.

—Espero que no te moleste.

Negué con la cabeza. Siempre y cuando no me hiciera preguntas, todo estaría bien.

Mojé las papas en la salsa y me las llevé a la boca. Tenían ese punto crujiente que me gustaba.

—¿Has recorrido el pueblo? —preguntó.

Di un gran mordizco a la hamburguesa para evitar responder.

—Hay muchos lugares interesantes para visitar —continúo, sin captar la indirecta—. Hay un cine, un teatro, un molino, tiendas locales... Ah, y cada año se celebra un festival en honor a La Dama Azul.

—¿La del lago? —pregunté, recordando la historia local.

—Sí, esa. Se vuelve increíble. Vienen personas de todos lados a visitar el lago. Pero por ahora podemos empezar con ir al cine.

—No me gusta ir mucho al cine —murmuré—. Tengo problemas de vista y se acrecientan en la oscuridad.

—Oh, no te preocupes. Nos sentaremos cerca de la pantalla, no será un problema.

¡Qué insistente! Miré a los lados. Al parecer a su superior no le importaba que perdiera el tiempo con los clientes.

—Ok. Si insistes tanto, podía probar —sonó un poco más tajante de lo que pretendí.

—¡Perfecto! Pasaré por ti el fin de semana. —Se detuvo un momento a pensar—¿Dónde vives?

—En la vieja casa cerca del lago.

Julia abrió los ojos cafés en una expresión horrorizada. Pensé que todo el pueblo a estas alturas lo sabía.

—La casa embrujada —susurró.

Varias cabezas se voltearon en nuestra dirección con interrogantes en sus ojos.

—Uff, esa historia existía antes de nacer mi abuela. Creían que el espíritu de una chica la rondaba. —Supongo que en un pueblo pequeño las historias no se olvidan fácilmente —. La casa está remodelada ahora, aunque no me preocupa. No creo en esas cosas.

—Lo siento, no debí mencionarlo. Lamento lo de tu abuela, todos la queríamos —Noté en su voz un rastro de vergüenza.

—No hay problema. Pero, ¿por qué construir un hotel si le temen tanto? —La interrogante llevaba tiempo rondando en mi cabeza.

—El morbo vendé. ¿Verdad? —dijo la última palabra en voz alta. Todos se volvieron a sus asuntos, apenados.

Sonreí. La chica tenía carácter.

—El sábado a las ocho de la tarde, ¿te parece bien?

Asentí. Comenzaba interesarme salir con ella.

—A las 8. No hace falta que vengas por mí, te espero aquí. —Mojé otra papita—. No traeré nada embrujado —aseguré.

Julia volvió a reír estrepitosamente, alertando a todo el lugar.

—Nos vemos entonces. —Se levantó y me deposito un beso en la mejilla—. Para que le creas al chico que te lo dijo.

—¿Cómo sabes qué fue un chico?

—Oh, créeme que lo sé. —Me guiñó un ojo—. Algún día te contaré.

Hizo un gesto vago con la mano y se fue a atender otras mesas. Continué comiendo mi hamburguesa, pensativa.

El sonido de pasos acercándose me hizo volver al presente. Levanté la cabeza para ver a una pareja entrar y ocupar la mesa a mi izquierda. Llevaban puestos unos abrigos gruesos de piel y gorros de lana. Sentí calor solo de verlos.

El chico ladeó la cabeza, analizandome. Algo en el color de sus ojos me resulto familiar. Sonrió, deteniendo el escrutinio para prestarle atención a la chica de cabello ondulado frente a él. La joven narraba sin filtros la muerte por hipotermia de una joven que se perdió en la montaña.

Bajé la mirada al equipo de escalar que transportaban. Les debieron jugar una pesada broma, Olimpia solo se cubría de nieve en invierno.

Enfrenté un debate interno sobre si ir a  preguntarles o no. Al final decidí marcharme, algo en la extraña pareja no me inspiró confianza. 

***🦋***

N/A: Si has llegado hasta aquí, ¡Gracias por leer!. Se nos quedan unas cuantas preguntas en el aire. ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué solo aparecen extraños en el pueblo? ¿Quién llama a Ana? Déjenme sus teorías en los comentarios. 

Del otro lado del lagoWhere stories live. Discover now