—¡Tengo que ir al puto baño!—Farfulla, sudando todavía más. A este paso la camiseta que tiene puesta está por completo empapada.

Me quedo muy quieta en mi lugar, sin entender qué diablos está pasando.

—¿Qué?—El coach pregunta, pasando la mano por su cabello en confusión—¿Ahora? Pero si fuiste hace menos de veinte minutos, justo antes de vendarte y ponerte los guantes.

Bruno alza la vista, los ojos prácticamente saliendo de sus órbitas al moverse de un lado al otro, dando algún que otro saltito en el suelo. ¿Qué? Recorro su cuerpo con la mirada buscando lo que sea que le esté molestando, y al comprobar como lleva las manos fundidas en los enormes guantes de cuerina detrás de su espalda, hacia el trasero, aprieto los labios en una delgada línea.

Oh...

No creí que iba a ser literal.

—Hay que ayudarlo—Pronuncio, andando hasta su dirección. Gabriel me sigue, diciendo entre dientes que falta nada para que nos llamen al ring.

—¿Qué diablos te ocurre, chico?—Cuestiona su coach—¿No puedes hacerlo? Porque pusimos mucho dinero y esperanzas en esto, por lo que...

—¡Los guantes, los putos guantes!—Lleva al frente los brazos, alarmado y ligeramente avergonzado al percatarse de que yo me he dado cuenta de lo que le sucede.

El espacio en el camerino es bastante reducido;  por poco si entran nuestras pertenencias, aunque las paredes pintadas en blanco funcionan muy bien como ilusión de ampliar el cuarto. Hay un espejo, perchero y dos sillas. La luz tampoco es la mejor, algo tenue y pobre, pero es suficiente. Por lo cuál a penas si Bruno con su alta y fornida figura es capaz de moverse libremente, no con nosotros aquí.

—Dime que te ocurre, porque juro por Dios que si has tomado alguna droga antes de la pelea tendremos serios problemas, todos nosotros.

Niego, aguantando una risa.

—No es eso, Gabriel—Pronuncio quitándole de a uno los guantes, y admirando con algo de estrés las vendas.

Joder, sus nudillos están muy bien protegidos, lo que es obviamente conveniente para una pelea de boxeo, pero no si tienes un apuro de estos. A veces lleva unos cuántos minutos quitarse éstas cosas.

—¿Entonces qué? No lo comprendo, nunca en toda mi carrera me había pasado esto, y llevo un muy buen tiempo en el deporte—Dice, poniendo de su parte sacando la tela de su mano izquierda—He visto a chicos con algo de náuseas, pero tú pareces que te vas a caer desmayado. ¿Deberíamos cancelarlo?—Alza una ceja, ahora consternado.

Bruno gruñe, a nada de salir corriendo en camino al diminuto cuarto de baño que está detrás suyo.

—Necesito sentarme en el jodido retrete, Gabriel—Masculla en un siseo—¡Porque estoy a nada de ensuciar el maldito suelo con mi mierda!

Entonces tanto el coach como yo nos quedamos congelados en nuestro sitio, sorprendidos. Nos damos una corta mirada, asombrados. Él nunca alza la voz para nada. Es todo tranquilidad, amabilidad y serenidad.

—¡Ya!—Exclama.

Rápidamente nos volcamos nuevamente al trabajo, y una vez termino de darle vueltas al último trozo de la blanca tela, a penas si Bruno tiene tiempo de lanzarnos una mirada de disculpa que acorta los pocos metros que lo separan del baño, cerrando detrás de si la puerta con un golpe. Gabriel suelta un suspiro largo, frunciendo los labios y tomando de mi agarre los guantes para dejarlo sobre una de las sillas.

—¿Puedes esperar fuera, Dalila? Yo me haré cargo de aquí en más hasta que esté listo—Dice—Si alguien de la organización viene hacia aquí, diles que prescindimos de más tiempo.

Esclava del PecadoWhere stories live. Discover now