Me quedo helada en mi lugar, porque jamás en mi maldita vida la había oído decir algo tan egoísta. Al menos, no conmigo.

El pecho se me hunde, dolida y enfurecida a la vez.

Me pasé horas enteras prestándole mi oído por sus quejas sobre la boda, el dinero y el desinterés de Joan ante el evento más importante de sus vidas. Le di mi tiempo, cariño e intenté ser útil con algún consejo. Toleré las aburridas conversaciones sobre su trabajo, sobre las telas y objetos que debe comprar para las bodas que ella misma también debe organizar para los demás. No sólo eso, si no que igualmente la ayudé en otras planeaciones, considero sus opiniones, me importa su bienestar y salud, pero ahora, cuando aparentemente mi vida se vuelve un poco más interesante de lo usual, no puede manejarlo.

—Lo que me estás diciendo es que no puedes separar los tantos y sentirte feliz por mi—Recorro su rostro con la mirada—, y ni si quiera es como que lo esté gritando a los cuatro vientos, no ando por ahí presumiendo de Alexandro—Me echo para atrás, sintiendo la urgente necesidad de marcar algo de distancia—¿Que mierda, Cristina? ¿Es en serio?—Espeto—¿Te estás escuchando?

—Lo siendo, Dalila, pero no tengo porqué estar pasando por esto si no quiero—Su gesto cambia, recelosa y a la defensiva—¿Tienes alguna idea de lo mucho que me afecta? Mi futuro esposo está dudando de dar el sí conmigo, pero tengo que aguantarlo y ver a mi mejor amiga con un hombre rico, apuesto y educado, cuando a penas puedo lograr que el mío venga a casa temprano. 

—Porque está trabajando—Aprieto los dientes, esforzándome por continuar con el tono de voz bajo. Doy una mirada corta hacia los chicos, que aún están metidos en sus asuntos—Actúas como si Joan estuviera de fiesta cuando se pasa más de ocho horas seguidas en una cocina, cumpliendo sus sueños y también los tuyos—Cada fibra de mis músculos se pone rígida, aguantando el enojo—El asunto de su posible arrepentimiento o no respecto al matrimonio, sin embargo, no tiene nada que ver conmigo. Además, ¿Te planteaste la idea de que tal vez Alexandro y yo ni siquiera estemos juntos en una relación formal? Y si así lo fuera, ¿Qué con ello? Te bastó una sola jodida salida con él para estar celosa y apartarte porque no puedes controlar o aceptar el echo de que tú propia relación se está yendo por el caño. Pues, bienvenida al mundo real Cristina, a veces esas cosas pasan y no por eso andas por ahí envidiando la felicidad de los demás.

Ella inspira hondo, acomodando su largo marrón cabello hacia un costado. Endereza la espalda.

—¿Sabes si quiera realmente quién es él?—Sisea.

—No, pero supongo que por cómo lo dices, tú si—Alzo una ceja con suficiencia. Su expresión se crispa.

—Es un adinerado más. Arrogante, con aires de grandeza y pedante. Te va a dejar tirada a la primera oportunidad, porque así son todos ellos—Grazna—Que el oro y los coches de alta gama no te encandilen.

Niego repetidamente, pasmada. No obstante, el hecho de que el italiano no haya dado señales de humo en estos últimos cinco días no me ayuda en nada a sentirme mejor.

¿A caso él ya se aburrió de mi?

Tal vez no cumplir con sus órdenes sea un límite inquebrantable de nuestro acuerdo. Entonces, si es así, puede que haya sido lo mejor para ambos. Porque definitivamente no seré una maldita sumisa para él. Tengo maldita voz, y jodido derecho a tener un maldito orgasmo, por Dios.

Aunque eso no hace que el pesar en mi pecho disminuya.

—No tienes el mínimo conocimiento sobre lo que estás hablando—Posiblemente esté así porque Joan ya ha hablado con ella, no lo noté antes, pero no lleva maquillaje y las ojeras debajo de sus ojos son bastante prominentes.

Esclava del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora