—Veo que la abeja reina ha vuelto —dice con una sonrisa de boca cerrada—. Madison, tengo que hablar contigo, en serio, no puedes seguir con ese tipo bajo chantaje. Está a un ataque de ira de abusar de ti y aún soy joven para pagar veinte años de prisión por un homicidio.

Lo ignoro encaminándome a la secadora por mi ropa, me sigue tratando de hablar.

—Déjame en paz.

—No, por primera vez negaré uno de tus pedidos —me sigue a la habitación de huéspedes, se gira para que me cambie, aunque no para de hablar—. Te estás sometiendo a esto por algo que no sabes si sirve, deberíamos ir con la señora Longwell y que revise los papeles que tienes para ver si aún son válidos, si lo son, desvinculas a tu madre y los entregas.

—¿Qué haces ahora? ¿Tratas de que te entregue los documentos solo para encarcelar a mi padre y cometer tu propósito? —me termino de vestir—. ¿Después que harás, dejarme y volver a Manchester?

—¿Qué? —se gira—. Estoy tratando de ayudarte, si quieres no entregues a nadie solo chantajea a Ethan, a ver si así entiendes que me importa una mierda la venganza de mi padre en comparación con lo que siento hacia ti.

Tengo un debate mental, mi corazón confía ciegamente en él y mi cerebro también, pero mi subconsciente no.

—Bien, vamos por ellos —digo—. Pero están en la mansión y no tengo mi carro aquí.

—Yo te llevo.

—Quiero que tengas claro que entre tú y yo nada ha cambiado, todo sigue igual que el último día en Francia —digo bastante alto pasando por su lado—. Y menos después de que abrazaste a Sarah anoche en la fiesta —mascullo solo para mí.

O eso pensé.

—Ya te dije de mil maneras que Sarah ni fue a esa fiesta. —¿Cuándo me lo dijo? No recuerdo y si no recuerdo no pasó—. ¿Todavía sientes celos por mí?

El tono pícaro presente en su voz.

—No, no me importas.

—Volvimos al inicio —dice recordando cuando varias veces le dije esto mismo—. No importa, poco a poco recuperaré tu confianza y tu amor otra vez.

No contesto, solo lo espero mientras sube a cambiarse. Subimos a mi departamento y me quito este vestido que está todo estrujado, me pongo unos jeans, una blusa negra de mangas largas y unos botines negros. Mi cabello es una maraña de nudos que solo recojo en un moño desordenado. ¿Cuándo se me enredaron tanto? Ayer estaban hermosos.

Bajo y como siempre, parece que vamos vestidos a juego, qué maldición. Me olvidé que iba vestido así, lo único diferente es que sus tenis son blancos y mis botines negros.

Sale primero y yo cierro siguiéndolo al ascensor, el camino a Red Valley es en silencio. El recuerdo de la barra de canela ronda en mi mente haciéndome sonreír, sonrisa que oculto cubriendo mi boca con disimulo.

Ahora el auto huele a manzana verde, ni rastro de la canela.

Red Valley se cierne sobre nosotros, me abren los portones al instante. Al bajar del auto le pido a Theo que se quede dentro.

Tiene complejo de sordo, así que también se baja.

Maldigo para mis adentros encaminándome al jardín, llegamos al gran árbol de Olmo que nos llena de recuerdos a ambos. Sin decirle, va directo al hueco que creamos de niños, saca los papeles sonriendo.

—¿En serio? ¿Aún existe este hueco? —lo observa como si reviviese recuerdos para él.

—Sí, aun solo los dos sabemos de su existencia. —confirmo ocultando la sonrisa. Me da los papeles y les quito los rastros de polvo que se adhirieron a ellos con el paso de las semanas.

Nuestro.Where stories live. Discover now