CAPÍTULO 4

9 4 0
                                    

Me levanté de la cama con dolor de cabeza.

Últimamente notaba constantemente un dolor insoportable, casi como si me fuera a explotar en cualquier momento.

Estaba harto de soñar y recordar. Solo quería que todo volviera a la normalidad de una vez.

Solo esperaba que ella volviera de nuevo a mi miserable vida y la arreglara solamente con su presencia. Esperaba que volviera y me dijera que todo era una broma pesada y que estaba viva; que estaba bien y que no se iría más de mi lado. Porque yo me tiraría a sus brazos sin pensármelo ni un solo segundo.

Era esclavo de mis recuerdos y era esclavo de ella. Porque yo era suyo aunque ella no fuera mía. Porque yo siempre le pertenecería aunque ella ya no pudiera poseerme.

Porque ella tenía ese poder en mí.

Cuando me recuperé del dolor de cabeza, salí de la habitación después de vestirme y recoger un par de cosas para, seguidamente, lanzarlas en el interior de una maleta vieja.

Siempre me había importado mi imagen hacia el mundo, pero cada vez me importaba menos lo que llevara puesto, cómo se me veía, o las cosas sucias, arrugadas y desgastadas que utilizara.

Hacía tiempo que había perdido las ganas hacía todo. Incluso de vestirme o arreglarme, así que la mayoría días me quedaba en mi habitación encerrado, vestido o no vestido. Haciendo lo que me placiera en gana o a lo que no me pudiera resistir a hacer, que la mayoría de veces era lamentarme en silencio para que las orejas curiosas de los demás no pudieran escuchar nada.

En cambio, ahora iba a salir de mi habitación por nueve meses. Ya no tendría refugio en el que poder ir y desahogarme cuando y cuanto quisiera, ahora tendría que soportarlo todo sin quejas.

Miré por unos instantes mi habitación.

Estaba oscura, pero la sensibilidad de mis ojos me permitían observarla con claridad.

No había ventanas, ya que la guarida dónde vivía con mi hermana y mis padres se encontraba bajo tierra, por posibles búsquedas o encontronazos con enemigos. Nadie sabía nuestro paradero desde hacía siglos. Así que, después de todo, la idea de vivir bajo tierra como gusanos no fue tan horrible como en un principio creía la manada.

La puerta de la habitación estaba justo delante de la cama, junto a un armario usado por no sabía quién. Había un escritorio, a mi izquierda, lleno de libros históricos, de acción, o de naturaleza, mientras que también había una lámpara pequeña pegada a la pared de color gris plomo.

Esparcidas por la alfombra que se situaba debajo de la cama se encontraba mi ropa, la cual recogí sin ganas, hasta tirarla a un cubo de ropa sucia que había en un rincón de la habitación, justo en medio del escritorio y la puerta del lavabo privado que tenía a mi disposición.

Pasé mi mirada desganada por todos los posters que tenía colgados en la pared de la habitación, sustituyendo las ventanas que no podía tener a no ser que quisiera tener vistas al subterráneo lleno de tierra invadida por gusanos, como nosotros.

Cuando me cansé de observar la habitación, salí de ella, casi arrastrando los pies, hasta llegar al comedor. Pero antes de caminar hasta dónde quería, miré hacia atrás.

El largo pasillo, con tres únicas puertas. La de la derecha pertenecía a mi hermana, la de la izquierda a mis padres y la del centro era la mía. Leí lo que garabateé en la puerta de mi habitación hacía cuatro años:

Existen tres cosas que no pueden ocultarse por demasiado tiempo: el sol, la luna y la verdad.

Rodé los ojos. Que asquerosamente poético.

EL ALMA NEGRAWhere stories live. Discover now