toto wolff

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la cena en casa de lewis era algo de lo que habló hace al menos dos semanas

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la cena en casa de lewis era algo de lo que habló hace al menos dos semanas. poco menos de lo que ellos llevaban haciendo cualquier cosa que no fuera sobre ingeniería.

se veía espectacular. lo dorado de su vestido iba casi a juego con su cabello. al cruzar la puerta, toto no pudo quitarle los ojos de encima. la recorrió con la mirada hasta casi asfixiarla, se levantó.

podía besarlo frente a otros, pero no un beso como lo conocían, no un beso que te hace gemir, no un beso por el que dejarías destrozarte. no se dieron un beso, no al menos el beso. solo fue una caricia de frambuesa a la mejilla de un hombre que la volvía loca.

—¿sigues molesto? —preguntó amaya al oído de toto wolff. no la veía, pero sabía que estaba sonriendo, cómo le hartaba eso. no le respondió. no por qué no tuviera respuesta, sino por que se apartó.

seguía molesto, pero no iba a decirle eso.

amaya había ido a sentarse junto a lewis y samantha, toto estaba frente a ella. su mano rodeaba un vaso de whiskey mientras su pierna mandaba sobre la otra, se veía jodidamente guapo. ahora fue el turno de ella de mirar, el imbécil lo supo y por eso ahora se arremangaba las mangas de su camisa.

—¿es daniel? —pregunta samantha con una sonrisa y viendo de reojo la pantalla de su celular, que acababa de vibrar. amaya asiente queriendo ver los ojos de toto. —es lindo, ¿ya están saliendo?

—sam... —habla lewis y ella le quita las palabras repitiendo lo de hacía segundos: "qué, es lindo, quiero saber si están saliendo".

—¿vas a irte a mclaren, amaya? —toto habló. su tono no era serio, era más bien juguetón.

—por qué, ¿vas a extrañarme?

—tranquilo, no va a irse —lewis le respondió. no tenía que decir nada, pero no pudo evitar el ligero derrame de tensión a pesar de que estuvieran bromeando. —espera, ¿o sí?

amaya rió, toto tomó un trago.

—¡qué dice! —vuelve a preguntar samantha. amaya le tiende el teléfono, creo que ella se había emocionado más. —¡lo ves! es muy lindo, deberían salir. aunque sea un poco mayor.

amaya quería carcajear.

—qué son diez años, sam. ni que fueran treinta.

su mirada encontró los ojos de toto wolff con una sonrisa divertida. el hombre carraspeó para dejar de lado el ligero tono de luces que vibraron en su rostro. se tomó todo el whiskey que quedaba pensando que no podía seguirle los juegos a una niña.

la cena estaba lista, toto se había levantado hacía segundos para ir a lavar sus manos, ella también tenía que hacerlo. dejó su vaso en la mesa, a lado del de toto.

no tocó la puerta, y cuando la abrió, él se secaba las manos. ay pero qué manos. pidió disculpas, pero ni él ni ella se lo creyeron.

—está bien, ya terminé —pero eso no era verdad. ni siquiera habían empezado.

toto se recargó en la pared para que ella pudiera pasar. pero él no se movió después, y ella no avanzó, mas que para quedar de frente.

—¿no me dirás que luzco bonita?

—no. te veo abajo.

amaya rió, le hacía gracia que de vez en cuando siguiera sus juegos. le tomó el brazo, tocó el dobléz de su camisa que le llegaba por debajo del codo, le tomó la mano.

lo miró a los ojos con cierta emoción, estaba algo tenso. y lo besó. pero tampoco como aquel beso, sino como uno que puede recordarte un destello.

—no te enojes, toto.

y el señor torger wolff sonrió. pero no demasiado, no quería que lo notara. no podía azotar la puerta, así que, con fuerza, casi hizo que se cerrara. la tomó de las caderas y la subió al lavabo. la besó como un loco. y a ella, cómo le gustaba la jodida manera que la hacía sentir.

sus piernas lo tenían envuelto, verlo en esa camisa la mataba. sus besos sabían a lujuria, sus manos emanaban desesperación y su cuerpo entero casi temblaba del puto deseo. pero toto era un hombre de control, y aunque algunas veces lo perdía con ella –y a pesar de que lo negara para él mismo, le gustaba– estaba orgulloso de poder mantenerse firme.

la dejó. pero no hasta después de decirle al oído que estaba hermosa.

amaya le quitó los restos de brillo a los costados de los labios de toto. se bajó del lavabo y salió.

la cena ya estaba servida, y casi todos estaban a la mesa. amaya tenía lugar a lado de toto, y lo ocupó. a veces lo miraba de reojo, el perfil de toto wolff la hacía sentir casi igual de intimidada que cuando lo tenía de frente. y, sin duda, el pensamiento de poder lanzarse hacia él en cualquier momento no era de las cosas que simplemente desaparecían.

toto agarró su pierna. toda su piel sintió el calor de sus nervios correr al rededor suyo, pero no se inmutó. las caricias, los movimientos en círculo de sus dedos, no sabía qué hacer si no paraba.

tomaba un trago de su whiskey que volvía a estar lleno, probaba un bocado más de la comida que había dicho estar exquisita. y así, en calma, de lo más normal, también hacía que su mano fuera cada vez más adentro. cómo es que nadie lo notaba.

la plática era amena, pero cuando tomó un sorbo a su bebida, casi la escupe. toto ya no estaba acariciando su pierna, pero sí su clitoris. sus dedos se burlaban de ella porque podían moverse, pero la fuerza que requería para estar tan calmada como él, era excesiva.

y así, de la nada, toto wolff había metido dos dedos dentro de ella. no podía estarle haciendo esto, no podía solo apenas mirarla cuando ella estaba a punto de explotar. 

—¿todo bien? —pregunta toto.

—¿por qué estaría mal?

quería matarlo. oh, dios, quería más que matarlo.

por debajo de la mesa, el caos reinaba. una sarta de gemidos a punto de estallar en el silencio más agotador. estaba sufriendo. su cuerpo tenía que dejarlo pasar por completo, sus ganas de dejar salir los orgasmos la estaban agotando, que casi dejaba a su cuerpo temblar por completo.

cuando no pudo más, se lo hizo saber. sus piernas se juntaron en un reflejo, y sus manos agarraron con fuerza la de toto, porque metía los dedos una vez más, y todos iban a escucharla gritar.

y toto rió. el hijo de puta se rió.

y la cena se acabó, pero su cuerpo seguía temblando. era tarde, así que ella tenía que irse, y por supuesto que él se iba a ofrecer llevarla. no podía negarse a toto wolff, nunca pudo.

estaba helando, pero el carro de toto estaba enfrente. la tomó por debajo del hombro, estaba casi tan fría como el aire. abrió la puerta, pero no la de enfrente, sacó su abrigo y se lo colocó con cuidado. no solo pretendía acabar con ella en un baño, sino también querer cuidarla.

abrió y cerró su puerta, él ya estaba en el asiento del piloto. y comenzó a manejar. se veía tan bien así, concentrado. una vez la miró y le sonrió, pero fue solo una curva. sus ojos no la desafiaban y sus manos no intentaban nada. verlo así era pretender destrozarla, porque no era el mismo hombre que le metió los dedos con una docena de personas alrededor, era solo toto.

le devolvió la sonrisa.

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