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UNA MANO LÁNGUIDA Y PALIDUCHA ACARICIÓ LA cabecita de Goliat, quien recibió apacible aquella muestra de cariño, cerrando los ojos y encogiéndose sobre su pecho

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UNA MANO LÁNGUIDA Y PALIDUCHA ACARICIÓ LA cabecita de Goliat, quien recibió apacible aquella muestra de cariño, cerrando los ojos y encogiéndose sobre su pecho.

—Nunca pensé que sucedería ahí. En todo caso, siempre creí que si llegase a suceder tendría la suficiencia para controlarme, para no explotar de aquella manera —soltó un breve suspiro—; soy un inútil, me arriesgué demasiado y con toda seguridad voy a tener problemas.

No deberías ser tan duro contigo mismo, Reishack, murmuró la dulce voz de Goliat. Yo creo que lo hiciste bastante bien, no perdiste la cabeza. Pudimos salir de ahí.

—Sí, pero conozco a mi maestro y sé que no va a quedarse de brazos cruzados después de presenciar esto. Podría apostar mi vida a que muy pronto tendré un llamado.

Una radio encendida en alguna miscelánea comenzó a tocar muy cerca y un coche pasó a una elevada velocidad al tiempo que pitaba con frenesí, como queriendo arrastrarlos a la realidad de un mundo muy palpable. Se encontraban sobre una ciudad mexicana; el sol quemaba con suavidad, llevando a los transeúntes a una especie de dulce letargo.

Reishack lo agradeció; al menos ahí podría relajarse con el tango procedente de la radio y el murmullo de la ciudad, de la algarabía de un viernes por la tarde.

¿Y qué harás?, ¿qué haremos ahora?, se rectificó Goliat. Podríamos aprovechar estos momentos de libertad, ¿no crees?

Reishack levantó la cabeza para mirar a la lechuza que, parada frente a él sobre una antena parabólica, ladeaba la cabeza.

—Ir a buscarla para ver qué quiere, ¿a eso te refieres?

Goliat no dijo nada, y Reishack esbozó una amarga sonrisa.

—No —continuó—, no pienso acudir a su llamado. No esta vez.

Pero han sido demasiado constantes, lo alertó.

—¿Y qué? Seguramente debe estar llorando en su habitación con las cortinas cerradas y acompañada por la tenue luz de unas cuantas velas, escribiendo su epitafio con un bolígrafo rosa y brillante. No debes preocuparte por nada, Goliat. Ella estará bien.

La lechuza no volvió a hablar, pero pudo notar que el chico aún parecía adolorido, tenso. Todavía era capaz de sentir el dolor en cada fibra de su ser. Y, por ende, aquel dolor era en parte compartido con él. Aunque no era por eso por lo que estaba preocupado, en realidad sentía que debía ayudar a su amigo, acompañarlo en su dolor y hacer el intento de que cada minuto fuese algo más llevadero.

—¿Sabes qué sucedió anoche? —Desvió la plática Reishack. La lechuza movió la cabeza en silencio, esperando que el ángel le explicara—. Me encontré con cuatro espectros que decían ser los jinetes del apocalipsis, enviados por Lucifer —sonrió—. Pero les di una buena paliza.

Reishack - El último ángel de la muerte prematura [Serie Reishack 1]Where stories live. Discover now