EPÍLOGO: Linda Lotte

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La mañana en la llegó un sobre de parte de Roschar Tovin, Sir Patrick Woodran supo que no serían buenas noticias.

Al abrirlo en la soledad de su estudio, el vizconde descubrió que llevaba dos cartas. Una, la que había enviado a Kristin. Otra, de parte de ella.

En el mensaje Kristin explicaba el final de su aventura, la muerte de Josef y la del silfo, su ingreso en la Torre. En unos meses su cabeza rodaría por los suelos de alguna fortaleza en las montañas.

Patrick pasó toda aquella larga mañana amarga sin apenas moverse. Sentado en un sillón, impotente. Había condenado a Kristin a la muerte más injusta por un asunto de familia que nada tenía que ver con ella. Y no solo eso, había matado a Josef de forma indirecta, y al silfo de nombre desconocido. Quizá incluso había llevado a la ruina al refugio rebelde.

Patrick se levantó de nuevo del sillón y se dirigió a la pared, donde reposó su cabeza y trató de relajarse y poner en orden sus propios asuntos.

La condena de Kristin era irrevocable, Roschar Tovin era poderoso y, como bien le había explicado ella, los terrenos del bosque eran legalmente propiedad de Tomaj, así que era estúpido pelear por un juicio en favor de su socia. Estaba condenada con cero posibilidades de salir indemne.

Resignado, Patrick guardó las cartas en su escritorio y salió de la habitación y se dirigió a un pequeño salón de té cercano. Era un lugar bonito y apacible. Más de una vez había invitado a Kristin y a Josef (poniendo a buen recaudo la licorera) a tomar el té allí. Habían sido buenas veladas en las que, incluso, había descubierto el don oculto de Josef para la canción, aunque aquello le había costado parte de una botella de precioso sake, traido directamente de las tierras de los zorros.

Ahora, con aquella suerte de juglar con tres tiros en el estómago y con Kristin viajando a la Torre, la habitación parecía demasiado solitaria. Tomó asiento en su sillón orejero. Ante él un tomo de las viejas historias de genios y duendes de los hombres de la roca, de más allá de las fronteras de toda civilización, aguardaba con un marcapáginas hecho a mano por su madre tiempo atrás. Parecía llamarle, invitándole a dejar sus preocupaciones y dejarse llevar por aquellos relatos. De hecho Patrick estiró la mano y acarició las tapas de piel con dulzura.

Sin embargo ni tan siquiera pudo levantarlas, todo su cuerpo parecía negarse a abandonarse a la evasión de un libro.. Sentía la necesidad de acción, de intervenir. Dejar de ser un cobarde en su palacio, rodeado de libros, té, fiestas y muebles de precios prohibitivos. Ya tenía una edad para esconderse y, si había tenido la osadía de llamar Linda Lotte en una carta a Kristin (aunque en la distancia se le hacía una maniobra de adolescente), podía reunir el valor para comportarse como el amigo que presumía ser y ayudarla del modo que fuera.

De pronto una idea suicida cruzó por su mente como un relámpago y una extraña sonrisa se dibujó en sus labios. Después, acudió a la caja fuerte familiar y tomó dinero. Acto seguido se miró al espejo. Se acarició la mandíbula y palpó su cabello oscuro, largo hasta para un noble.

Hacía tiempo, un amigo le dijo que cuando una persona decide cortarse el pelo era porque deseaba cambiar algo en su vida. Patrick estaba más seguro en aquel momento que en toda su vida de que deseaba cambiar, y por alguna razón aquella le pareció la mejor forma.

Tomó una navaja de un cajón y se volvió a mirar al espejo del salón de té. Tomó la cola con firmeza y apoyó la navaja sobre el cabello. Segundos más tarde casi treinta centímetros de melena se precipitaban al suelo en silencio. Y de algún modo extraño, se sintió preparado para lo que fuera.

Por Lotte.

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⏰ Última actualización: Apr 29, 2015 ⏰

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Kristin y el chico que amaba las botellas de vidrio teñidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora