1- Cuernos de alce y lores impacientes

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Lord Patrick Woodran era esa clase de hombre perfecto, encantador y adulador que con una inclinación de cabeza y una leve sonrisa convertía a cualquier mujer en una gelatina. A sus 28 años, ostentando el título de Vizconde, era el primogénito de una familia de mercaderes de telas, de gran éxito en el sur de Míredal, grandes aliados de Su Hermosa Majestad Imperial. Casadero, deseado, con la mas envidiada y espesa cabellera que el más afortunado de los feéricos hubieran visto en su vida, siempre pulcra, desenredada y peinada con una cola firme a la nuca. Sus manos podían escribir el más bello soneto del mundo, sus pies, danzar con la elegancia de un hijo de Aer, dios del viento, su voz podía derretir a cualquier mujer con solo elegir las palabras correctas. Se hablaba también de su habilidad en la alcoba, de sus dotes para la caza y también de su paciencia.

Su proverbial e inexistente paciencia.


-¡Por todos los demonios del inframundo, Kristin! ¡Sal de una maldita vez de esa habitación o tiraré la puerta abajo de una patada!-Bramó aporreando la puerta de la habitación de invitados. Al otro lado, maldiciéndose por haberse entretenido rellenándose el tetero del corsé con tela y papel (el cual luego tuvo que retirar porque le causaba urticaria), Kristin Olzon se apresuraba a calzarse entre botes los zapatitos de señorita, con los que caminaba francamente mal, mirar que sus tirabuzones hechos con tenacillas estuvieran perfectos, darse todavía más colorete en las mejillas y ante todo, coger el fular y salir hacia la puerta para evitar que Sir Patrick, como ella solía llamarle con cierta mofa, echara la puerta abajo y luego fuera a ella a quien le tocara pagar su rabieta de adolescente tardío descontento.

Cuando finalmente Kristin, prefecta, pálida y porcelanosa como una muñeca de tienda de alto copete (si no fuera por aquellos malditos dientes separados...) apareció en el marco de la puerta con un jadeo, Patrick, con su 1'77 metros de estatura, la miraba con indignación.

-Como no te apresures llegaremos justos a ver a los primeros invitados, Kristin.-Bufó recolocándose la larga y seguramente cara casaca azul.

-Espera...¿qué cuánto tiempo queda?-Inquirió Kristin levantando una ceja.

-Media hora ¡muy poco tiempo, demasiado poco, Kristin!¡Hace cinco minutos que deberíamos haber bajado!

Ésta bufó, puso los ojos en blanco y se dedicó a caminar muy digna, acompañada por el noble (quien parecía tener in impedimento genético a arquear su espina dorsal), en dirección al salón del baile. Patrick, entre todas sus virtudes y dones de apuesto hombre bendecido por, se decía, una sacerdotisa de Tovarion, señor de los feéricos, tenía una manía absurda con la puntualidad extrema, algo que a Kristin, que detestaba que no le dejaran tomarse su tiempo, aborrecía. Ciertamente pocos conocían a Patrick fuera de su papel de caballero de brillante armadura y modales impecables, pero Kristin tenía la mala fortuna de haber podido conocerle de verdad, descubriendo que era un tirano egocéntrico que fingía ser un príncipe azul delante de cualquier mujer que no fuera Kristin.

Ciertamente, ambos eran solo amigos, o incluso más acertado: socios con cierto grado de confianza. Poco más. Si se veían obligados a convivir y unirse en un proyecto común lo hacían, pero ahí se acababa todo.

La mayor parte de los asuntos que trataban tenían que ver con la Corte y con algún negocio sucio que Kristin destapaba (y cobraba por ello) y Patrick veía recompensadas sus intrigas con tal o cual mejora en sus propios asuntos. Tal vez un aumento de ventas, mayor popularidad o simplemente, quitarse algún que otro indeseable de su vista. En sus negocios, Kristin siempre era Loretta, la prima siete años menor que Patrick, bajo cuyo alias destapaba cualquier asunto turbio. Su verdadera identidad era una cazarecompensas que estaba en la mira del hampa criminal de la región, por lo que siempre debía de ir bien disfrazada para que nadie adivinara quién era en realidad y pudieran echarle el guante o echarle abajo al vizconde todo su imperio.

Kristin y el chico que amaba las botellas de vidrio teñidoWhere stories live. Discover now