Capítulo 27 (Editado)

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Tomo el dibujo entre las manos ignorando todo lo demás. Los trazos son seguros, el grafito se deshizo a la perfección para dar las sombras en los lugares justos.

—Leo —carraspea Áurea.

Paso completamente de ella, colocando el dibujo de nuevo en su sitio. Mis pies tropiezan con unas gafas de natación que descansan al lado de un peluche con forma de dinosaurio. Está ajado por el paso de los años pero todavía lo reconozco, es el peluche que solía llevar a todas partes cuando era un niño y que regalé a Alain la primera vez que se cayó de la casita que mi padre había construido en el árbol que hay en el jardín. Sus lágrimas duraron tanto tiempo que estaba empezando a desesperarme por hacerlo callar. Le dije que se podía quedar con mi dinosaurio para siempre si no volvía a llorar.

El peluche se siente algo más en mis manos cuando me agacho para cogerlo. Por el rabillo del ojo percibo a Áurea meterse rauda bajo la cama, poco antes de girarme e impactar contra el duro pecho de Alain. De nuevo. ¿Acaso soy una polilla?

¡Oh, santa mierda!

No lo escuché llegar. Estaba demasiado absorto recordando.

Dirijo la mirada hacia el punto en el que Áurea se ha escondido con un nudo en la garganta. Si la pilla allí, seguramente la mate. Como va a hacer conmigo ahora.

—Que estás haciendo, Leo —habla iracundo. Puedo ver la ira en su ceño fruncido. Lleva puesto lo que parece un descolorado pijama de franela, con una camiseta negra que marca demasiado bien su cuerpo—. Qué cojones crees que haces.

Necesito un plan de escape. También para Áurea. O seremos carne de cañón.

Sin pensarlo dos veces planto mi boca sobre la suya, entreabriendo sus labios para jugar con su lengua. Me hace a un lado, molesto.

—He venido a pedirte perdón y como bien sabes no soy una persona que haga las cosas de manera normal, como llamar al timbre y entrar a tu casa de una manera lícita y legal —hablo con rapidez contemplando la puerta del pequeño cuarto de baño que hay en la habitación—. Tengo sed, ¿tú no? Es evidente que no, porque no estás hablando tanto y tan rápido como yo.

Definitivamente estoy como una cabra. Las mejillas de Alain se encienden, el rubor llega a sus orejas. La ira desaparece momentáneamente en su confusión y aprovecho para besarle mientras lo espoleo hacia el baño. Espero que Áurea sea una niña buena y se marche.

Alain vuelve a separarse con ferocidad.

—¡Estabas haciendo a saber qué mierda en mi cuarto y no quieres que lo sepa, no mientas! —Cierro la puerta del baño antes de que la alcance.

—Sí, me colé en tu cuarto —una confesión sin implicar a Áurea es lo más racional que puedo hacer—. Quería saber más sobre ti y poder volver a hablar contigo. Pero sabía que no ibas a hablarme y soy tan estúpido que lo mejor que se me ha ocurrido es colarme en tu cuarto. Sé que no tengo excusa.

Eso lo detiene. Posa sus ojos en mí evaluándome. Al instante siguiente me arrincona contra la puerta ubicando sus dos manos a ambos lados de mi cabeza.

—Leo, yo también —espero expectante. Aparta los ojos con vergüenza, como si mostrar sus sentimientos fuese lo más embarazoso que puede haber en este mundo— quiero saber cómo eres ahora.

Me desinflo ligeramente. Al menos no ha dicho que me odia por haberme colado en su cuarto. Parece haberse olvidado de la discusión de anoche.

—Pero no así —continúa—. No quiero que te cueles en mi cuarto, que discutamos por cualquier cosa. Quiero una relación más sana.

—¿De pareja? —inmediatamente niega con la cabeza y me siento como la mierda más grande que ha podido ser expulsada por este lugar llamado Tierra— ¿Amigos? ¿Amigos con derecho a roce?

No me contesta a ninguna de las preguntas y termino por detonar.

— ¡Contesta! —tengo tantas ganas de sacudirlo contra la pared que aprieto los puños para evitar hacer el ridículo—. Necesito que me lo aclares porque no entiendo lo que intentas decirme.

El baño se siente un cubículo abrasivo.

Necesito aire.

—Es que no me dejas terminar, Leo. Me cuesta expresarme, me ha pasado desde siempre —baja los brazos los cruza sobre su pecho—. No puedes pretender que todo el mundo se adapte a tus ritmos.

—No soy el único que pretende que todos se adapten a él, ¿sabes? Tú también pretendes que entienda todo con dos palabras. Pero tienes razón, ha sido un error venir hasta aquí de la manera en la que lo he hecho. —Siento que me cuesta respirar por lo que abro la puerta a mi espalda y me escabullo. Por suerte Áurea parece haberse marchado.

—Leo, espera. —Intenta alcanzarme pero no es lo suficientemente rápido. Salto hasta mi cuarto.

—Tienes razón. No paramos de discutir y siempre estoy haciendo toda clase de locuras. Pero me gustaría que me dieses un espacio en tu vida.

Cierro la persiana sin ver el efecto que han causado mis palabras.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now