Capítulo 4

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Les dejo el cap de hoy. Y como siempre, comenten, pongan una estrellita si les gusta y regresen por más. Y si no pueden esperar, el adelanto del siguiente capítulo en mi blog.

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Tenía que reconocer que Emil era un genio, y que papá no se quedaba atrás. ¿Conseguir una identidad falsa? No tuve que hacerlo, solo se necesitó un poco de imaginación. Me explico, cuando me saqué mi carné de conducir, que es el documento identificativo por excelencia en este país, recurrí a mi nombre completo por sugerencia de mi padre, y ese es Owen Daro Bowman. El mismo funcionario que me inscribió pensó que mi apellido era Daro Bowman, uno de esos compuestos, como Saint Claire. Y no, no fue voluntario, digamos que yo propicié esa creencia por sugerencia de mi padre. Según él, era mejor no llevar el apellido Bowman a algunos lugares si es que querías pasar desapercibido.

Como decía, solo tuvimos que aplicar un poco de imaginación. ¿Saben lo que puede hacerse con una resina de esas...? Mejor no lo explico, basta con decir que Emil puso una especie de máscara sobre mi carné, donde la parte de Bowman desaparecía. Y así, conseguía una identidad nueva. Ante ustedes estaba Owen Daro, relación con el todopoderoso Alex Bowman cero.

Así que me presenté frente al taller a primera hora de la mañana, con mis pantalones vaqueros desgastados, unas deportivas en mis pies, y una cazadora que conseguí en una de estas tiendas de segunda mano. El único que podría delatarme era mi teléfono, pero solo tienes que ponerle una carcasa llamativa para que nadie le prestase mucha atención a lo que había al otro lado, además que ocultamos la marca convenientemente.

—Buenos días. —Saludé mientras entraba en el taller. Esquivé algunos coches que estaban en reparación, hasta que alcancé a la primera persona que encontré. —Busco al dueño. —El tipo, un joven de más o menos mi edad entrecerró los ojos hacia mí.

—¿Quién pregunta por él? —Mal asunto que te recibieran así.

—Vengo por lo del anuncio de la entrada. —Señalé con mi pulgar al portón del taller, ahora levantado hasta tocar el techo, o casi. Las cejas del joven se alzaron, al mismo tiempo que su mirada me recorrió analizándome.

—Diego, aquí hay alguien que pregunta por ti. —Avisó en voz alta sin apartar sus ojos de mí.

—Si es por el asunto del Cadillac dile que todavía no está. —Escuché la misma voz que estaba cantando la noche anterior. Provenía de algún sitio en la parte de atrás, y se mezclaba con la música y todos esos ruidos propios de un taller; llaves de carraca, atornilladores eléctricos, alguna llave inglesa cayendo al suelo, golpes de martillo...

—No es el del Cadillac, viene por el anuncio. —Casi como si aquella hubiese sido una palabra mágica, salvo la música, el resto de ruidos cesaron, y un montón de cabezas aparecieron medio ocultas en varios puntos del taller.

Un hombre, de unos cincuenta y muchos, avanzó entre los coches mientras se limpiaba las manos con un trapo. Pelo oscuro, ojos castaños y piel aceitunada, gritaba ascendencia sudamericana por todos sus poros. El nombre de Diego le quedaba que ni pintado.

—Hola, soy Diego. Así que vienes por el puesto de ayudante.

—Owen, y sí. —El hombre señaló un camino entre los coches, que noté nos llevaba hasta un pequeño despacho al fondo.

—Dejad de holgazanear, tenemos plazos que cumplir. —Escuché algún bufido, pero los ruidos de taller se iniciaron de nuevo. —Y bien, muchacho. ¿Tienes algo de experiencia con coches? Y no me refiero a conducirlos. —Me amenazó con un dedo como si estuviera cansado de escuchar esa broma.

El tormento de Owen - Chicago Legacy 11Donde viven las historias. Descúbrelo ahora