3: La torre de los magos

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—Esperen aquí un momento, iré a explicarle la situación —pidió el mayor, echando a correr escaleras arriba y dejándome sola con Alexander, quien miró de un lado a otro, buscando un sitio donde pudiéramos sentarnos, pues todos los asientos estaban llenos de libros, hojas, plantas e incluso trastes sucios.

Apreté los labios, sin saber qué decir, pero encontrando aquello ligeramente divertido.

—Eh... siento... siento el desastre —tartamudeó incómodo, buscando hacer espacio en un sillón para ayudarme a quedar sentada allí, antes de comenzar a ordenar el lugar, limpiando todo lo que podía y dando la sensación de que el desorden parecía molestarlo mucho.

Lo observé por varios minutos, buscando el valor para hacerle alguna otra pregunta, sin saber si me respondería o no, mientras veía de reojo los títulos de decenas de libros y notas sueltas que parecían estar en un idioma que no reconocí.

—¡¿Qué estás haciendo, Al?! —se escandalizó Sebastian, quien bajaba las escaleras, echando a correr para quitarle un par de papeles de las manos, luciendo horrorizado.

—Acomodo un poco. Como siempre, tienes un desastre aquí, Seb —respondió, buscando regañarlo, cosa que pareció ofenderlo mucho.

—¿Un desastre? Todo estaba perfectamente acomodado —replicó, girándose hacia mí y tomando un puñado de papeles que Alexander había acomodado en el reposabrazos del sillón.

—¿Incluyendo los trastes del comedor que parecen tener tres semanas aquí? —respondió su hermano, cruzándose de brazos y consiguiendo que Sebastian separara los labios, todavía más ofendido. Sin embargo, pareció obligarse a dejar el tema de lado, solo dándole una mirada reprobatoria a su hermano menor.

—Slifera va a recibirla, la llevaré arriba si prometes no seguir metiéndote con mis cosas —pidió.

Alexander negó con la cabeza, diciéndole así que no tenía remedio antes de dejarse caer dramáticamente a un lado mío, dándole a entender que no se movería de allí.

—Gracias —respondió a su hermano visiblemente aliviado, acercándose para cargarme y llevarme a través de unas escaleras de metal dorado, cuyo pasamanos parecía hecho de decenas de pequeñas espirales que hacían juego con cada escalón.

Al llegar arriba pude ver varias plantas creciendo alrededor de las ventanas, justo como en el piso de abajo, pero el mobiliario no podía ser más diferente, pues consistía en un conjunto de camas arregladas en dos ordenadas filas. Todas tenían sábanas blancas, haciéndome pensar en una especie de enfermería, cosa que quedó confirmada cuando pude ver los estantes, en los que había decenas de frascos nuevos, hierbas secas y vendas de diferentes tamaños.

A diferencia de Alexander, Sebastian daba pasos más largos, pero su movimiento era mucho más suave y tranquilo, así como las ondulaciones de su cabello que me hacían cosquillas en la mejilla al estar recargada en su cuello.

—Si te lo preguntas, esta es la enfermería de la armada —confirmó en voz baja—. Aquí recibimos a todos los heridos, pero debido a que tú no llegaste de forma oficial, te quedaste en la habitación de Inna.

Asentí, todavía tratando de analizar todo el lugar mientras el muchacho nos llevaba a un nuevo conjunto de escaleras doradas que estaban al otro lado de la habitación.

—Slifera puede ser algo ruda, pero te prometo que no te hará daño —aseguró—. Solo no te asustes con su presencia —pidió.

Su comentario llenó mi cabeza de preguntas, pero no tuve ocasión de hacer ninguna antes de que llegáramos al último piso, donde una mujer de largo y ondulado cabello dorado mezclaba el contenido de varios frascos.

Guerra de Ensueño I: Princesa sin nombreWo Geschichten leben. Entdecke jetzt