Tetera de rana

13. En las entrañas de la oscuridad

Prompt: Estrella

05 de julio del 2022

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«En las entrañas de la oscuridad, solo aquello que era tejido preservaba su pureza». Un viejo mantra pasado de generación a generación era lo que lo estaba manteniendo en esos momentos contra la sólida y helada roca que lo aplastaba. Era lo que lo mantenía existiendo contra el peso de los pecados que había cometido contra los dioses celestiales.

Apenas se movía un poco y la roca parecía apretarse aún más, se cernía sobre su cuerpo, se encajaba en su espalda y costillas, arrancaba pedazos de piel. Apenas respiraba un poco más profundo, y sentía que el oxígeno se agotaría para siempre. Apenas cerraba los ojos y creía que jamás los había tenido abiertos para empezar.

En esos momentos, tenía que recordar a su maestro. Se obligaba a rememorar aquellos días en la montaña, su rostro anciano y gentil mientras trabajaba, y las palabras sin sentido de ese entonces:

—Teje el camino para una estrella, y solo en la oscuridad brillará.

Esa oración por sí sola significaba mucho para los tejedores de estrellas, y también tenía significado para las deidades y para los humanos. Para los humanos significaba que solo en la oscuridad, los caminos tejidos brillarían para revelar una estrella. Para las deidades significaba que solo en apuros se mostraría el camino más brillante.

Para los tejedores de estrellas significaba mucho, pero lo más importante era que esa frase pertenecía a una parte de un trabajo de más de un milenio que había estado en declive desde sus inicios. Él no había entendido en ese entonces, y en la oscuridad, se preguntaba si en realidad entendía su significado. Su maestro trató de explicarle:

—Tejer estrellas solo está reservado para aquellos que necesitan ver el camino.

Si tan solo hubiera entendido qué era necesitar, aquel desastre jamás hubiera ocurrido, seguiría en la montaña, bajo un cielo oscuro. Vería una estrella, su maestro le ordenaría que trabajara y comenzaría a tejer un camino a esa estrella para alguien, tal vez para nadie.

Pero ahí estaba después de todo, después de años y años de trabajo, de sudar y vomitar  tejiendo. El camino que había tejido con tanto trabajo lo había llevado a las entrañas de la tierra. Lo había llevado a un lugar reservado para delincuentes, asesinos y pecadores.

En la oscuridad, en la tierra, él era el único consciente, el único que no se había erosionado ni sufrido metamorfismo. Siguió tejiendo contra las impurezas del subsuelo, contra la roca y contra la falta de aire. Sabía que sí se detenía, no lograría salir de ahí, no lograría ver a su maestro una última vez más, no podría escuchar sus sermones ni sus regaños al tejer caminos desviados. Dejaría de existir.

Sus manos se movían intrincadamente en la oscuridad, y de ellas brotaba una tenue luz que vacilaba, que buscaba a dónde ir, que lograba colarse por una grieta y que terminaba cortada al poco rato. Y así, volvía a intentar.

Se repetía lo que su maestro le había enseñado a él y a sus compañeros, tejía pensando en alguna estrella visible y comenzaba. Pero ahí no había ninguna luz, ni cielo, así que tenía que cerrar los ojos y recordar el calor del sol contra su piel, los atardeceres, el reflejo blanco de un sol sobre el agua de lago de la montaña e intentaba de nuevo. Intentar...

Tal vez no debió intentar tejer un camino que no debió existir para alguien que lo quería, pero en realidad, no lo necesitaba para sí.

Los dioses celestiales no vivían en las estrellas, vivían por debajo de ellas, sin poder alcanzarlas, acercarse o tocarlas nunca. En el pasado, cuando todo era distinto, muchas veces pidieron ayuda a los tejedores cuando estaban en aprietos y necesitaban caminos a seguir. Eso cambió cuando los dioses aprendieron, cuando nacieron dioses con las mismas habilidades que los tejedores y desde entonces rara vez se acercaron a esa montaña. El camino de los dioses celestiales y el de los tejedores de estrellas se había apartado para siempre.