CAPITULO 1

52 9 0
                                    


San Diego.

Esa ciudad que tan bien conocía pero nunca había pisado. La ciudad que se iba a convertir en mi nuevo hogar, donde empezaría una nueva vida.

Pasaría de estar en una punta del país a otra, dejando la pequeña casa donde vivía sola con mi madre, para trasladarme a una casa enorme con tres hombres.

¡TRES HOMBRES!

¿En qué momento he pasado de convivir sólo con una mujer que conozco más que a mí misma, a tener que hacerlo con tres hombres que no conocía de nada?

La verdad, no lo tengo muy claro, pero lo que sí sé es que comienza cuando mi madre empieza a salir con un hombre, y deciden que es una buena idea mudarnos de golpe a su casoplón en la segunda ciudad más grande de California y la octava de Estados Unidos.

Cuando me contó la noticia me tomó por sorpresa, sabía que estaba saliendo con alguien, pero lo que no sabía es que era el dueño de la empresa de arquitectura en la que trabajaba, por tanto, su jefe. Pero cuando sí no supe qué decir, fue cuando me dijo que nos íbamos a mudar a su casa junto a él y sus dos hijos.

El hombre se llamaba Bradley, y su empresa de arquitectura es una de las más famosas del país, tiene varios puntos de trabajo repartidos por el país, y mi madre trabajaba en uno de ellos. Tiene dos hijos, el pequeño se llamaba Frederick (me parece), y no sé si tenía seis o siete años, y el mayor se llamaba... bueno no me acuerdo (lo llamaremos el individuo sin nombre), pero creo que tenía trece años o algo así.

O sea que encima iba a ser hermana mayor.

Habíamos ido en un día y medio de Boston a Phoenix en coche, y ahora ya nos dirigíamos hacia nuestro futuro hogar. O eso esperaba que fuese...

Cuando un cartelito anunció la entrada en la ciudad, me revolví incómoda en el asiento. Ya no sentía el culo de estar tanto tiempo ahí metida, y las ganas de ir al baño aumentaban cada segundo.

 — ¿Cielo, estás bien? — preguntó mi madre al ver mi incomodidad.

—Me estoy meando —respondí apoyando la cabeza en el asiento y cerrando los ojos. Mi madre chasqueó la lengua.

—Cariño, habla bien.

—Perdón —seguí carraspeando la garganta.—Disculpe, querida progenitora, ¿le importaría parar el automóvil en la próxima estación de servicio? Necesito ir al servicio para poder orinar y adquirir algún alimento del pequeño comercio. —Terminé con una sonrisa.

Mi madre me miró seria y acto seguido advirtió:

—Como te pongas a hacer bromas paro el coche y te dejo aquí en medio de la nada.

Me reí y le di un beso en la mejilla.

—Y sí, vamos a parar, tengo que echar gasolina y nos vendrá bien comer algo.

—¿Tienes ganas de conocer a tu nueva familia?—preguntó después de un silencio.

—No sé, me imagino que sí.

—¿Cómo que no sabes?

—Pues que no sé, mamá. Apenas sé nada de ellos y encima soy mayor que los hijos, va a ser un tostón...

Me callé cuando mi madre soltó una carcajada limpia al escuchar mis palabras.

—¿Tú la mayor?¿De verdad?

—¿Qué tiene tanta gracia?

—Pues que te aseguro que tú no eres la mayor.

—¿Y quién es entonces?¿El perro?

¿Qué Estamos Haciendo?Where stories live. Discover now