Dardo

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Se llamaba Dardo. Hacía mucho tiempo que había olvidado su verdadero nombre, si es que alguna vez le dieron alguno. Nació en una casa de mujeres de uso y nunca supo cual de ellas fue su madre. Podría estar agradecida a la vieja que la mantuvo con vida y que la alimentó con sobras, antes de ser entregada al fauno de las cloacas. Se suponía que aquella matrona siempre pensó, desde un principio, que podría sacarle ese tipo de beneficio. Formar parte del submundo de la ciudad no era fácil, no cualquiera valía, y la presentación de un buen candidato podía llegar a pagarse bien. Así que en realidad, Dardo solo fue un negocio. La piedad no existía dentro del vocabulario de las gentes de Sirquemón.

Aunque había llovido mucho ya, desde aquello. La chica recordaba vagamente, los primeros años de su vida dentro de aquella casa. Solo sabía que nunca iba a querer volver. En cierta medida, agradecía que no la hubiesen amado, ni cuidado, porque fue lo que hizo que se espabilase pronto. Tenía que subsistir y no perderse en lamentaciones. Los tiempos habían cambiado desde que era una niña desvalida y ahora, había adquirido buena fama entre la tropa de delincuentes del fauno. La valoraban. La dejaban a su aire. A su manera, se sentía realizada por aquel reconocimiento. Le había costado mucho llegar hasta ese punto y podría decirse que estaba medianamente feliz.

Hasta el día que el amo decidió darle el más raro de los encargos y que la fastidió enormemente. Al menos, en su origen. Porque cuanto más tiempo pasaba tras él, más curiosidad sentía. Empezó a descubrir, atónita, los amplios recursos que tenía el niño llamado Rumor, y se dedicó más a estudiarlo que a vigilarlo.

Por eso, en aquel momento, se encontraba situada sobre el tejado de una casucha medio derruida, observando al crío que le habían obligado "entrenar".

Entrenar... ¡ja! Nunca nadie había entrenado a otro en la cofradía, a no ser que sacara algún favor a cambio, por supuesto. Pero aquel flacucho, que apenas tenía carne sobre sus huesos, se veía que era especial. Al principio creyó que Fauno exageraba, pero ahora que lo estudiaba todos los días, parecía tener razón. Aquel pequeño nunca erraba, siempre se hacía con el botín y jamás se quejaba o enfermaba. Poseía una eficacia inigualable. Por lo que se había convertido en una especie de tesoro invaluable para el submundo.

Dardo, desde su cómoda posición sobre el tejado, con la espalda apoyada contra una pared que parecía a punto de caer, andaba observando con detenimiento cada uno de sus movimientos. Rumor estaba justo debajo, sumido entre las sombras del callejón, acechando a su próxima presa.

Conocía a aquel comerciante del encargo del fauno. En realidad no iba mucho por allí. Pero tenía fama de ser avispado y muy violento. Siempre pillaba a los ladrones que trataban de robarle. Estaba segura que Rumor no habría nacido aún, la última vez que aquel hombre se había presentado en la fea y ruinosa ciudad. Durante su visita, mató a uno de la tropa que lo intentó robar y además, con saña. Al mejor ladrón de la plantilla. Fauno no pudo perdonar aquella afrenta y menos aquella pérdida. A su manera, el amo era muy protector con los suyos. Pero para ventura del comerciante, logró escapar.

La noticia de su vuelta, le llegó al minuto de posar uno de sus bien calzados pies, en el portón sur que llevaba hasta a Sirquemón. Tan grande y eficaz era su red de ladrones y mendigos. En cuanto aquel viejo fauno sarmentoso se enteró, juró vengarse y puso de inmediato, precio a su cabeza. Había llegado su hora. Pero primero pondría a prueba al crío. Su última prueba. Así podría evaluar con exactitud su verdadero valor. En el fondo esperaba no perderlo, porque tenía grandes expectativas y buenos planes que realizar con él. Pero por encima de aquello, quería ver en los ojos del comerciante, antes de que muriese, la desesperación por haber sido desplumado. Ese que se jactaba de no haber sido robado nunca y que disponía de grandes riquezas inigualables. Se lo iba a quitar todo, incluida la vida. Nadie se burlaba de Fauno.

Rumor, el silencio del secreto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora