NOS CANTA EL AMOR

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CAPÍTULO 1: UN DISPARO AL CORAZÓN

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CAPÍTULO 1: UN DISPARO AL CORAZÓN

«Lanzaste la moneda, fuera cara o fuera cruz ganabas como quiera»

Lo único bueno de ser el heredero de la corporación de modas en que trabajaba mi padre eran las incontables fiestas en que la pasaba rodeado de bellezas dispuestas a lo que fuera para tener una oportunidad en la empresa.

Ellas se acostaban conmigo como si yo fuese capaz de hacer algo más por ellas que no fuera darles placer de una noche. «Ilusas» Ni porque escuchaban tantos rumores sobre mí se hacían una idea de lo que estaba esperando de ellas y lo poco que ofrecía a cambio.

O tal vez lo sabían. Tal vez todo el mundo sabía que yo era un completo idiota que nació bendecido con riqueza económica, y que solo podía ofrecerles amor de una noche y uno que otro regalo. Yo era algo así como una máquina expendedora de obsequios caros que, en lugar de monedas, solicitaba sexo.

Era habitual en mí despertar acompañado de un rostro nuevo cada día. Era habitual en mí despedir de mi departamento cada mañana una chica diferente. Incluso el poodle de mi vecino había dejado de ladrar a las desconocidas, se había acostumbrado a ello.

—¿Algún día te tomarás en serio la vida? —preguntó Elizabeth mientras empujaba, de nuevo, mis pies al piso. Comenzaba a creer que le molestaba que los descansara sobre su escritorio.

—¡Pero ¿qué estás preguntando?! Si yo soy muy serio en mi trabajo como supervisor de fiestas y modelos —reclamé fingiéndome ofendido. Pero Elizabeth me conocía demasiado bien como para saber que eso no me había ofendido en nada, por eso solo sonrió moviendo la cabeza en negativas.

—Braulio, la vida no son interminables fiestas y sexo con cada mujer que te pasa por enfrente —dijo y suspiró con cansancio mi hermana. Yo entendía lo que decía pero, aunque a ella o a mi padre no le gustara, tal como le dije eso era justo lo que era mi vida—. No sabes cómo me gustaría que te enamoraras de verdad y descubrieras para que late tu corazón.

Las palabras de Elizabeth hicieron estremecer mi alma. Pensar en enamorarme era algo que no deseaba, yo conocía perfecto a las mujeres, todas eran lo mismo. Bueno, todas menos Elizabeth, de allí el resto era solo interés y banalidades.

»Anda vamos —ordenó y levanté mi trasero de la silla donde habitualmente dormitaba cuando iba a trabajar después de las fiestas en las que era supervisor de modelos.

A Elizabeth no le molestaba tenerme todo el día en su oficina, pero sí le molestaba que pusiera mis pies en su escritorio, y mucho, al parecer. Por eso lo seguía haciendo, porque molestar a las hermanas mayores es el deber de los hermanos menores.

Elizabeth y yo éramos los únicos hijos de Sebastián Luna y una zorra que nos abandonó por un imbécil cantante cuando yo nací. He ahí la razón de que yo no confíe en las mujeres. A mí, incluso quien no debió abandonarme, me dejó. Por eso no me enamoraba, las mujeres eran seres egoístas que cambian a conveniencia.

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