Capítulo 4

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Me desperté sobresaltada, como si hubiera tenido una pesadilla. Pero en mi caso, la realidad era peor que los sueños.
Lo primero que hice fue sacar la foto de mamá que llevaba conmigo a todos los lados, ella me calmaba y, de una manera o de otra, me hacía sentir a salvo. Después, pensé en papá, esperaba que ahora mismo estuviera escribiendo una carta para mí.
Cuando miré por la ventana, vi que el sol ya había salido y había personas en el jardín, por lo que me puse un fino vestido blanco y salí de mi habitación, ni siquiera sabía para donde ir.
"Baja. La cena pronto estará servida."
Recordé lo que dijo ayer Olga, así que baje desconfiada. Las escaleras eran enormes y parecían que no tendrían fin. Al final de ellas, un amplio y lujoso salón me esperaba, yo lo recorrí con los ojos, fijándome hasta en el último detalle y cuando paré los ojos en un pequeño sofá de cuero, vi a Olga. Estaba sentada con la pierna cruzaba, sostenía una taza de té en su mano derecha y en la izquierda un pequeño libro rojo. Ella notó mi presencia y vino a recibirme.

-¡Nikita!- exclamó. - ¿Cómo te encuentras hija?

-Bastante bien, gracias. - le sonreí.

-Ven, te haré una trenza. - ella puso el libro y la taza sobre la mesa y extendió sus brazos. - Acércate.

Yo dudé, me daba bastante vergüenza, pero terminé acercándome. Al estar cerca, ella me sonrió y yo me senté en el suelo, delante de su sofá.

-Tienes un pelo precioso. - me dijo mientras jugaba con este.

-Gracias, señora.

-Nikita, por favor, soy Olga.

Yo reí.

-Perdón.

Ella soltó una leve carcajada y me empezó a entrelazar el pelo.

-Cuéntame sobre ti.

-¿Qué quiere que le diga? - pregunté.

-Lo que quieras, que te gusta hacer, tu familia, tus amigos...

Me quedé callada por un momento.

-Me gusta escribir historias felices, leer y a veces suelo pintar. - me quede pensando. - Oh, también toco el piano, pero muy poco y me gusta dar clases de español.

-¿Clases de español?

-    Así es. - estaba orgullosa.

-¿Eres buena?

-Bueno, sería echarme a mí misma elogios. - me dio bastante vergüenza. - Supongo que sí, o eso creo.

-Pero eres muy pequeña, deberías de recibirlas tú.

-Así era antes, cuando vivía aquí en Rusia, pero entonces abuela enfermó y mi madre y yo nos mudamos con ella a España. Papá se quedó aquí por su honorable trabajo y, aunque tan solo tuviera 6 años, empecé a trabajar en lo que podía.

Olga no dijo ni una palabra.

-No es que fuéramos pobres, al contrario, teníamos dinero y vivíamos muy bien, pero los tratamientos y medicina de mi abuela eran muy caros y mamá gastó casi todo en ella. - volví a decir.

-Nikita...

-¿Sí?

-Una niña no debería de trabajar.

-Lo sé, pero todos hacemos lo posible por nuestra familia.

-¿Tu madre no trabajaba? - preguntó.

-Trabajaba, pero con el tiempo, cuando mi querida abuela empeoró, mamá se pasaba día y noche junto a ella así que no tenía tiempo.

ENTRE DOS BANDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora