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Era un día como cualquier otro, Dio Brando había notificado mediante uno de sus mas fieles sirvientes que le entregarán a su primogénito, una invitación a una reunión exclusiva de la más alta categoría, se solicitaba su presencia más que nada por mero capricho de presumir los logros, porte y prometedor futuro del joven.

El muchacho rubio vivía en una de las tantas propiedades bajo el nombre de su padre, alejado de su lecho de nacimiento, Giorno prefería  estar solo la mayor parte del tiempo, tomando ventaja desde su privilegio como primer varón en aquella familia y de uno que otro soborno a su padre, logró lo que tanto anhelaba, una vida tranquila y solitaria, sin embargo  tenía que ser precavido, ya que los sirvientes temían más por su cabeza que por dar un servicio de calidad, por lo que, mediante obvias amenazas del patrón, mantenían al tanto al señor Dio de lo que su hijo hacía, no estaba tan mal, a su aparecer, con tal de no tener al distinguido abogadillo tras su huella, si aquellos reportes sobre su día a día le llegasen a traer problemas, Giorno solo lo negaría sin importar las consecuencias que aquella respuesta llevara para el soplón. A veces, el de ojos verdes se cuestionaba su comportamiento, odiaba ese ligero parecido con su padre, pero en cuanto pensaba que era por su sueño, simplemente se repetía una frase: “el fin justifica los medios” como no quedaban testigos de aquel comportamiento ruin (ya que la mayoría era desaparecido y/o amenazado de muerte) Giorno siempre se salía con la suya.

× × ×

La noche de la reunión llegó y como suponía el de dorado cabello, la fiesta era el común dolor de cabeza, damas de voces chillonas, caballeros queriendo dar lecciones de vida para conquistar a su próxima amante, platicas de política inútiles, temas de iglesia sumamente aburridos y alientos alcohólicos de aquellos que no tenían dominio sobre sus limites, etc.

Todo era efectivamente aburrido para Giorno, no sabía si era afortunado o no el haber aprendido hipócritamente como actuar en aquellas situaciones, ¿y como no hacerlo? Si su padre era la hipocresía pura. El ritmo corría a su tiempo, Giorno bebía sin ningún problema de su copa de vino sin miedo  a que le llamasen la atención pues aquello tendría consecuencias grandes, esto a ojos de sus semejantes era de envidiar, al poco tiempo su poco momento de paz fue perturbado por los adultos que, en busca de tener algún lazo con el hijo de Brando con el interés oculto de tener beneficios, le presentaban a sus hijas, le daban a conocer futuros exitosos y a Giorno, nada de eso le importaba.

—Por favor Giorno, solo dime que lo vas a pensar —decía una voz ronca acercándose al muchacho un tanto desesperado.

—Si, lo pensaré —evadió con cansancio— si me disculpa iré a tomar aire y así Giorno salió al jardín el único merecedor de su miramiento.

Las hojas y flores bellamente cuidadas gustaban al muchacho, observaba cada pistilo, cada hoja, cada pétalo delante suyo para tomar inspiración a su nuevo capítulo, se sentía contento de que su musa le estuviese dando ideas frescas y entonces, Giorno se dejó llevar dedicando palabras a aquellos seres.

—Si pudiera llevarte a mi hogar, tendrías una tarea mas importante que solo adornar el jardín del señor Diavolo.

—Disculpa pero, ¿a quien le hablas? —irrumpió de repente una voz con acento algo peculiar, en la atmósfera perfecta de Giorno.

Su mundo se detuvo, se quedó estático y con mucha pesadez tragó saliva, desvaneciendo la faceta que tenía delante de la naturaleza para hacer uso al que necesitaba para lidiar con las personas.

—No es de caballeros meterse donde no le llaman señor —dijo dando aún la espalda a la figura detrás de él.

—Ah, disculpa, pero no soy un señor, me pareció curioso ver a alguien en el jardín cuando todo el alma de esta fiesta se encuentra dentro de aquellas enormes paredes —respondió el extraño.

Escritor de flores (MisGio) Where stories live. Discover now