2 . Plan A

19 4 8
                                    

Estoy sentado con un termómetro en la boca mientras observo a Santiago hablar con el enfermero y finjo prestar atención al parloteo de Jesús. Sinceramente ya no me importa su plan, porque a no ser que mi temperatura suba a más de 37, nos joderemos.

–¿Por qué está el enfermero acá? Mierda, acaso no siempre están fuera en las películas.

Resoplo agotado y con mi paciencia al límite.

–Pues esta no es una película. Un enfermero aquí está solo para atender e ir al baño, y aquí hasta hay un baño, sería ridículo que no estuviera.

–Eso arruina un poco mis planes.

–De que planes hablas, maldición –espeto en voz baja.

–Que el presi se quede aquí contigo.

–¿Qué? Oye, solo dije que me gusta, no que quiero casarme con él...

–Eres un gay neófito, no sabes lo que quieres, deja que papi se haga cargo.

–Vete a la mierda, vas a hacer que se enoje.

–No voy a arruinar tu oportunidad, tranquilo... Ya viene, enférmate, idiota.

Santiago y el enfermero se acercan y me quitan el termómetro, comprobando que claramente no tengo ni un poco de fiebre. Murmuran que a buena hora no parezco tener una infección, pero igual me ponen algo en el dedo para ver mis latidos. ¿Cuál era su nombre? Siento que todo está bien, hasta que Santiago de la nada se pone frente a mí y pone su mano sobre mi frente.

¡¿Por qué me tocas?!

Mi pulso se dispara.

–¿Enserio no tiene fiebre? –murmura y trago saliva–. ¿Entonces porque tu cuello está rojo? Señor, creo que tiene mal la garganta.

Me quiero morir, ayuda.

–¿Enserio? Déjame ver –el enfermero se acerca y frunce el ceño ante el cosito del pulso–. Chico, dime si sueles tener infecciones a la garganta... ¿No me dijiste que eran dos los enfermos?

Jesús y yo nos miramos sin entender.

–Sí, aunque fue al baño, voy a ir por él –habla Santiago, suspiro entendiendo que habla de Matías.

El enfermero asiente quitándome la cosa del pulso y murmura algo de ir con él para traer unas medicinas de la dirección. Los veo salir y antes de que empiece a quejarme Jesús me da un puñetazo en el estómago, logrando que caiga de lado retorciéndome de dolor.

–Mierda, ¿Qué te pasa? –jadeo–. ¡¿Qué te pasa?!

–No pareces ni un poco enfermo, no estas siendo de ayuda.

–¿Por qué tenemos que hacer esto? No tenía esto planeado...

–Dijiste que te gusta, ¿no? Entonces supongo que también quieres salir con él, te estamos ayudando.

–Me duele –suelto sin levantarme–, pero yo no quería hablar de eso hoy. Solo quería saber que opinaban.

–¿De qué?

–De mis gustos.

–¿Qué tienen que ver tus gustos?

–De que me gusta un chico, imbécil. Pensé que sería raro.

Una sonrisa afiebrada. [BL]Where stories live. Discover now