Introducción

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Una Emma de 9 años miraba el cielo pérdida. Estaba tirada en la hierba del suelo sin hacer nada. Simplemente mirar el cielo con muy pocas nubes mientras un rayo de sol le daba en las piernas. Sentía calidez.
Eso la calmaba.

En ese mismo sitio, se escuchaban una risas. Concretamente, unas risas conocidas. Las de su hermano y sus amigos.

No quería ni mirar. ¿Por qué no se daban cuenta de lo mucho que la hacían sentirse  excluida?

La chica con el pelo oscuro que había con ellos, me había echado varias ojeadas. Y ella sintió que necesitaba también pegar sus ojos a los suyos sin saber muy por qué.

Siguió mirando el sol apartando los pensamientos sobre ella.

Y ya eran las nueve de la noche. Había anochecido y ella se había quedado mirando el cielo a cada segundo.

Había tenido ganas de meterse en casa, pero no quería a la vez. Sentía que algo le decía que tenía que quedarse ahí.

Y de repente, una sombra apareció en su campo de vista. La chica de pelo oscuro estaba mirándola fijamente sin distancias. La miraba con una sonrisa ofreciendole una mano.

Emma dudó. La aceptó igual.

— Soy Abril, la amiga de tu herma...soy simplemente Abril. Y si quieres... tu amiga.— dijo la chica de repente. Emma abrió mucho los ojos. La chica de cabello oscuro no la miraba, solo sonreía.

A Emma nunca le habían dicho eso. Ni nada parecido, no sabía cómo reaccionar. Así que se dejó llevar.

— Yo... eh...— agarró la mano de Abril y entrelazó los dedos. Su mano estaba increíblemente cálida.—. Soy Emma.

Abril acentuó si sonrisa y entrelazó también los dedos entre los de Emma. Ésta vez, sí la miró. Emma no se había dado cuenta de que estaba caminando hacia la casa. Solo podía contemplar la sonrisa en primer plano de esa tal Abril.

De hecho, se habían detenido ambas.

Emma empezó a esbozar una sonrisa animada muy lentamente.

Y ella, que había leído tanto, recordó la frase de un libro.

"Las almas gemelas no siempre tienen que ser pareja, solo deben sentir mutuamente que lo son".

Sacudió la cabeza para dejar de pensar en esa frase.

Tenía... una amiga. Sus dedos cosquillearon en forma de reacción, especialmente las yemas.

Tenía una amiga.

Una. Amiga.

Estuvo a punto de empezar a saltar de felicidad. Pero ya estaban en la puerta de la casa.

— ¿Quieres que me vaya?— le preguntó en voz baja Abril. Había borrado su sonrisa, ahora estaba con una expresión serena.

Emma negó con la cabeza al instante.

¿Qué se fuera?

¡No!

— No te vayas, si quieres vente a mi habitación— me propuso Emma.

Abril volvió a esbozar una sonrisa y asintió con la cabeza.

— ¡Te voy a enseñar mis estanterías de libros!— chilló Emma corriendo por el pasillo. Se avergonzó al instante .

— Eso será muy interesante— le aseguro Abril, entusiasmada.

Y así acabaron una hora viendo libro por libro. Emma le contaba breves contextos y Abril opinaba de ellos con una sonrisa que le llegaba a los ojos.

Y ahora, Abril se había ido a dormir. Emma estaba en su cama tirada. No podía dormir por la sensacion que le daba tener una amiga. Era una sensación extraña y emocionante a su vez. En su estómago había un cosquilleo emocionante.

Pero ya llevaba una hora tirada en la cama. Ahora sí estaba cansada de verdad.

Abril fue su primera amiga. O así le gustaba recordarlo.

Emma cerró los ojos, o más bien se me cerraron solos...

***

Emma estaba tirada en algo muy cómodo. Cuando abrió los ojos, estaba en una sala completamente blanca. No sabía porque era blanca luminosa si no había ninguna lámpara. Se levantó de la nube en la que estaba y apareció en un campo. Ella estaba sola.

No, no lo estaba. Habían un par de sillas, una estaba ocupada por una chica castaña adulta que le daba la espalda.

Ella empezó a correr hacia allí. Cuando llegó, la mujer volteó la cabeza para mirarla.

— Oh, ya estás aquí— murmuró la mujer.

¿Qué? ¿Ya estaba ahí? ¿Ella?

— ¿Quién eres?— preguntó Emma. No se sentía asustada. Se sentía... ¿familiar?

— Siéntate, Emma.

Emma le hizo caso y se sentó en la otra silla que estaba justo al lado.

— ¿Quién eres?— repitió Emma.

— No puedo decírtelo.

— Y... ¿Qué quieres?

— Emma, acabas de dar el mejor paso de tu vida. No dejes que se vayan— murmuró la mujer.

— ¿Que se vayan quiénes?

Y la mujer empezó a desvanecer con una sonrisa. Ella también empezó a desvanecer.

Emma abrió los ojos con la respiración acelerada y el corazón latiendo le a toda velocidad.

Efímero #1Where stories live. Discover now