—Si accedes y te portas bien consideraré permitirte chupar mi polla.

Y la palma de Kagaya se estampa en la mejilla del mayor, proporcionándole una fuerte cachetada, dejando la marca de su mano en esa parte de su rostro.

—¡Ya deja eso! ¡Pervertido! —. Exclama avergonzado, cubriéndose con las sábanas hasta la cabeza y dándole la espalda al de ojos rojos.

Había fallado de nuevo. Pero cómo dicen, la tercera es la vencida.

Días más tarde, el de ojos púrpuras había salido de casa a recolectar algunos frutos para hacer un pastel de bayas. Las cosas dulces le fascinaban, y esperaba que su postre hiciera que la actitud de su mascota fuera más amable.

Mientras tanto, el demonio se hallaba poniendo en marcha su plan de seducción. Se quitó sus prendas, quedando sólo en ropa interior. Prefirió dejarse puesta su corbata, pues creía que se veía más deseable de esa manera.

Se recostó sobre el suelo, colocándose en una posición bastante sensual. Esperó la llegada del menor, quién de seguro no tardaría mucho en volver con las frutas.

Pasos se escucharon cerca de la puerta. Cuando Kagaya entró se sonrojó levemente al ver al demonio. Esto era demasiado, pero se prometió no intimar con su enemigo.

—Hola, niño —. Le saluda el rizado con una mirada lasciva.

—Hola, Muzan —. Titubea el menor fingiendo estar normal.

El de cabello lacio pasa al lado del mayor sin hacerle caso y se dirige a la cocina cargando con su canasta llena de bayas.

Eso enfureció al de ojos rojos. Kagaya estaba ignorándolo después de haberse mostrado semidesnudo ante él. En verdad lo respetaba por tener esa fuerza de voluntad, pues la mayoría ya habría caído en sus juegos.

El menor toma unas cuantas frutas de la canasta y las coloca en un tazón para después lavarlas con algo de agua. La mirada lasciva de Muzan y sus acciones no lo harían ceder.

Kibutsuji se levanta del piso y se acerca a su amo, tomando su cintura por detrás y pegando su cuerpo contra el suyo, intentando transmitirle todo ese deseo.

Kagaya se pone notablemente más tenso. Las manos le tiemblan de manera ligera cuando toma el cuchillo para proceder a cortar las bayas en trozos más pequeños.

—Eres tan lindo cuando te pones nervioso —. Suelta el demonio en un suspiro.

Entonces, completamente rojo, el menor siente como el contrario restriega su entrepierna en su trasero. No podía soportarlo, pero tampoco quería alejarlo. Eso por alguna razón se sentía placentero. Aunque sabía muy bien que debía de mantener la cordura, no podía perder contra él.

Y para empeorarlo aún más, el demonio coloca su caliente lengua sobre su cuello, comenzando a lamer y mordisquear su suave piel.

—Sé que te gusta —murmura acariciando su cintura sin despegar su entrepierna de su trasero—. Estás pidiendo a gritos que te haga mío.

Kagaya había olvidado lo egocéntrico que Muzan podía llegar a ser. Se mantuvo fuerte y sin emitir ni un sólo sonido siguió cortando las frutas.

—¿Acaso los gatitos pueden estar de pie? —. Le reprende con voz seria, ordenándole que regrese al suelo.

El demonio estaba cada vez más furioso al no conseguir lo que quería. No iba a permitir ser rechazado de nuevo. Kagaya debía caer.

—¡Me importa un carajo como se comporta un jodido gato!

Grita enfadado al ver que el menor aún se mantenía relajado sin caer en sus redes.

El de ojos púrpuras se queda callado. No piensa discutir ante el desagradable comportamiento que estaba mostrando su mascota.

𝐋𝐚 𝐌𝐚𝐬𝐜𝐨𝐭𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐏𝐚𝐭𝐫𝐨́𝐧 | Muzan x KagayaМесто, где живут истории. Откройте их для себя