prólogo

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Durante años, el joven de ojos esmeralda y cabello de chocolate, había estado total e irrevocablemente enamorado del chico de ojos índigo. Estaban destinados, o al menos ese fue el pensamiento pujante e indudable en la cabeza de Harry cuando, sumido en su cobardía, corrió aterrorizado por la pequeña calle de su vecindario hasta su hogar, en lugar de invitar al joven a un mísero batido en la cafetería.

Lo había intentado con todas sus fuerzas, pero su maldita timidez se lo impedía cada vez que los ojos cerúleos del castaño se cruzaban con los suyos durante unas milésimas de segundo.

Esa sensación de inseguridad e insuficiencia recorría cada hueso dentro de él, revisando mentalmente cada noche por qué no era capaz de pronunciar palabra alguna en su presencia. Trató de actuar tan seguro como pudo, pero con solo escuchar su ronca risa al otro lado de la clase, su corazón se aceleraba.

Su nombre era Louis. El joven de cabello castaño claro y mejillas cubiertas de pecas que poseía el timbre de voz más embriagador que jamás había escuchado. Siempre rodeado de jóvenes deportistas y animadoras que, totalmente convencidas de robarle el corazón, pasaban la mayoría de tiempo orbitando a su alrededor como asteroides.

¿Y quién no lo haría? Quería decir, era divertido, adorable, inteligente y sumamente atractivo. El joven de dieciséis años podría tener el mundo a sus pies con un solo chasquido si así lo quisiera, aunque para Harry, él ya era el mundo. 

Al menos el suyo.

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