Capítulo 21 Evocando a sepultados

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El cuerpo de un chico desgarbado, desnutrido, se sacudió; causa de los sollozos y el llanto intenso al que se había acostumbrado hace semanas

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El cuerpo de un chico desgarbado, desnutrido, se sacudió; causa de los sollozos y el llanto intenso al que se había acostumbrado hace semanas. A las cuatro paredes oscuras ya les había dado nombres, las ratas ya no eran su mayor problema, la oscuridad ya no le ocasionaba miedo, más bien, era su acompañante; el hambre era cada día más insoportable, ya no tenía voz y su sed era bestial. Tan débil estaba que con el solo hecho de pensar le generaba malestar, como si con solo eso él creía que estaba malgastando energías que luego necesitaría.

Hecho un ovillo, se retorció en el piso de concreto, sentía las lágrimas bañar su cara hinchada y a estas caer como lloviznas al suelo despiadado; su estómago ardía como el demonio, ya no podía más, tenía que salir de allí o moriría sin poderles avisar a Los Elegidos que peligraban.

¿Pero cómo? La última vez que había comido algo había sido hace casi dos días, y fue un pan, un miserable y asqueroso pan. Uno que entre dos ratas habían arrastrado hacia sus cuevas entre aberturas, él las había interceptado, bajo pasos seriamente débiles y bamboleantes corrió hacia ellas cual vagabundo para arrebatarles el pedazo de miga. Había sentido la gloria cuando aquel montón de migajas cayeron en su estómago, mas pronto la sed fue la peor catástrofe que había podido enfrentar. Una abismal resequedad que lo hacía llorar de miedo a morir de hambre y sed.

«¿Cuál de las dos me matará antes?», se preguntaba entre el delirio que le originaba el hambre, la sed y el fatídico insomnio que le había obsequiado unas largas ojeras.

Aprovechándose de su misma angustia, cada que lloraba mojaba sus labios agrietados y heridos, haciéndolos arder; mojando la sangre antigua que ahí se había quedado, como una costra pululando su dolor.

El pecho huesudo del chico se oprimió en dolor a la vez que su estómago y corazón. Su hermano se las pagaría muy caro.

El chico solo rogaba que Zeo apareciera pronto. O ella, Jane; ella le ayudaría sin lugar a dudas. Solo un EK-Z o Jane podrían ayudarle a darles una bofetada esclarecedora a los ingenuos Elegidos.

«Por favor», Lloró empuñando su camiseta rota, justo por encima del corazón.

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