II

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Cuando pasaron algunos meses de relación, decidiendo que se tomarían su tiempo para que las cosas no fueran tan apresuradas, él decidió que eran el uno para el otro y que no existía mejor pretexto que su futura coronación, para ofrecerle ser su reina. Sus padres aún estaban vivos, pero el viejo rey estaba ya muy cansado de tantas responsabilidades, además de que él y su amada estaban totalmente conmovidos de la felicidad del príncipe. 

Él preparó una propuesta simple, tampoco era un romántico meloso, pero sí conocía lo suficientemente bien a Francisca, o más bien Frankelda, pues últimamente tenían la broma de que él la llamara por el pseudónimo que utilizaba para publicar sus historias (idea brillante que le dio una amiga de la casa editorial, así sus obras no se verían juzgadas por el apellido de la familia).En fin, él preparó todo para una cita en uno de los jardines del palacio real, solo que en vez de la mesa de siempre, con velas y una pequeña serenata de parte de los músicos de la corte en la que compartían un baile por el aire, estaba solo una pequeña cómoda en donde estaba uno de los libros que ahora usaba para escribir sus historias. 


Cuando Frankelda llegó al lugar acordado, no estaba Herneval por ningún lado y esto no le sorprendió, pues se imaginaba con una risa interna que estaba en medio de una conferencia con los súbditos, un paseo de esos que repentinamente pedía su madre o simplemente iba retrasado. Pero también notó el libro sobre la cómoda, lo abrió y empezó a leer la primera página tras notar que no era de sus libros, la letra era distinta, era la del príncipe.Era un cuento, que empezaba con un: 

"En un gran reino, lleno de criaturas de la oscuridad, de temor y de placer por asustar, nació un niño con alas y grandes cejas, que un día sería rey y que volaría más alto que nadie de su reino. Pero este niño no era muy feliz, estaba aburrido y siempre esperaba conocer a alguien muy especial, alguien que compartiera una canción con él algún día y que le enseñara cómo se siente volar sin alas..." 

Ella siguió leyendo, muy conmovida y llena de cariño por la historia, sabiendo qué rumbo iba a tomar. Algunas páginas después, el relato llegó hasta donde el pequeño niño se volvía un joven y se enamoraba profundamente de una mujer de otra especie, pero el amor entre ellos era tan grande, que ambos sabían que nunca más se sentirían solos.Después del último párrafo, donde dice que el héroe de la historia le confiesa su amor a su mujer humana, las páginas estaban en blanco. Solo decía al final, en letras más pequeñas: 


"¿Me quieres ayudar a escribir el siguiente capítulo?" 


Justo al terminar de leer esa frase y cubrir rápidamente su transparente rostro con el libro, Herneval se acercó a ella volando despacio, con una sonrisa tranquila y un anillo en su mano, que en vez de diamante, tenía un detalle en forma de una pluma de ave, entrelazada con una mano humana, una muestra obvia pero dulce de su relación.Ella lo notó levantando ligeramente la vista por sobre el libro, pero seguía tan impresionada, sin saber si todo esto era real, que no quería mostrar su cara y solo flotaba en círculos haciendo sonidos que arrancaron una risa a Herneval. 

Por fin, al ver que su escritora necesitaba ayuda, detuvo su movimiento al sujetar el libro, quitárselo repentinamente de las manos y antes de que ella pudiera voltear la cara o esconderla bajo su cabello, él le dio un beso firme y la rodeó con sus alas.Todo era más de lo que Frankelda podía manejar, pero no hubo necesidad de responder, pues el puro beso que compartieron, seguido de ella arrojándose sobre él y dándole un enorme abrazo, fueron la respuesta que él esperaba. 


El abrazo que compartieron duró un largo rato, pero al mismo tiempo se sentía como si los relojes del reino ya no avanzaran, solo existían ellos dos y su amor. Luego de otro beso, se miraron frente a frente y la mezcla de pena y felicidad, los hacía reírse mientras trataban de recordar cómo hablar. 

Él le preguntó si había sido muy cursi la propuesta, pero ella solo rió negando con la cabeza y separándose un poco de él para mirar a las estrellas.El reino de los sustos tiene un cielo algo distinto, con un color en sus días y noches que lo hace parecer un sueño; claro que Frankelda estaba acostumbrada a esos paisajes que conocía desde hace tiempo, pero aún le seguían fascinando. 

Él le preguntó qué tipo de vestido usaría para el día especial, pero esto la sacó de su contemplación y la hizo hablar apresuradamente, diciendo que no sabía, pero que le gustaría algo diferente, quizás no de blanco, un velo de telarañas, un ramo de flores del reino de los sustos, tal vez el vestido de novia de su madre. Estaba sacando tantas ideas de su mente que se le juntaban al hablar, por lo que Herneval no pudo menos que reír. 

Le hizo recordar que aún no era la fecha, ni siquiera han hablado de nada, además aún debían contarle a sus padres, al reino y a los amigos humanos de Frankelda (ya conocían del reino y las criaturas, e igual que Frankelda, compartían esa emoción por lo desconocido). El príncipe le dijo que había mucho por planear, ella asentía con entusiasmo mientras ya estaba creando en su mente más historias nuevas, con temáticas románticas para las pesadillas de los enamorados. 

Era una broma algo cruel, pero era su trabajo como pesadillera y sabía que nadie moría por un mal sueño.Después de hablar durante un rato, se dieron cuenta que ya era muy noche y ambos tenían días ocupados mañana, por lo que se despidieron con pequeños besos y él la acompañó hasta el portal a su mundo, para que regresara volando hasta su cuarto y con ello, a su cuerpo. 


El cielo en su mundo estaba lluvioso esa noche, su conciencia flotaba sin dificultad entre las gotas de la lluvia, ella iba girando a todas partes e incluso cuando volvió a su forma orgánica, seguía bailando y brincando, jamás había estado más emocionada, incluso se olvidó de cenar, de apagar la vela del cuarto y de cerrar su ventana. 

Durmió llena de entusiasmo, soñando con muchas versiones de su futura boda, ya sea en el reino o en su mundo, imaginando a su prometido frente a ella, con un elegante traje, una capa y su corona, se veía apuesto y esto casi la hacía despertar de la emoción; de cualquier forma, consiguió dormir toda la noche, mientras la lluvia que caía sin parar, entraba a su cuarto mojando el piso y la cama. 

Mientras tanto, Herneval durmió apenas, pues en su gran cama solo podía dar vueltas y agitar sus alas pensando en Frankelda con un largo vestido, con una mirada dulce en su cuerpo humano y un velo sobre su cabeza, que él levantaría para darle un beso. Ambos compartieron sueños muy similares y felices.

La pluma en el sueloWhere stories live. Discover now