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Para encontrarse hay que perderse

Yoongi creyó que nada podría ser peor que la mezcla entre el calor infernal de mediados de agosto y la constante humedad de su ciudad, pero al bajar la ventanilla del coche para respirar un poco de aire natural, supo que estaba equivocado.

Él estaba convencido de que esas serían las cuatro semanas más largas de su vida. Realmente no tenía idea de cuán equivocado estaba.

Resignado, subió nuevamente la ventanilla con molestia.

—Hyung, supéralo, el aire acondicionado es ampliamente superior —le dijo Taehyung con suficiencia.

—El aire artificial te seca la mucosa de la nariz, TaeTae —le respondió sin inmutarse—. Luego roncas como un sapo toda la noche.

El menor de los hermanos se acercó al centro entre los dos asientos delanteros y comenzó a hacer ruidos de ronquidos exagerados, tocando las costillas de Yoongi con la intención de darle cosquillas.

—Ya basta, Taehyung —lo regañó su madre—. Siéntate bien y abróchate el cinturón, por favor. Sabes lo nerviosa que me deja esta parte de la ruta.

—Esto no sucedería si me hubieras dejado conducir —le respondió mientras hacía caso a su petición. La morocha suspiró.

—Honestamente lo hubiera preferido así, pero tu licencia es demasiado reciente como para conducir lejos de la ciudad, no lo tienes permitido hasta dentro de cinco meses.

—Eso es muy injusto —se quejó Taehyung haciendo un tierno puchero.

—Te jodes por ser tan pequeño —Yoongi volteó a verlo y le sacó la lengua.

—Cariño, primero aprende a conducir y luego hazle burla a tu hermano.

El último tramo del viaje se convirtió en un ida y vuelta de chistes y burlas a costa de ambos hermanos. Cuando Taehyung se atrevió a reírse de las habilidades de conducir de su progenitora, bastó un cruce de miradas con ella a través del espejo retrovisor para que él cambiara de tema.

El pueblo en el que su madre se había criado era una parada obligatoria de todos los años para la pelinegra. Sin embargo, sus hijos evitaban a toda costa acompañarla en su pequeña travesía. Ambos amaban a Sook, pero detestaban alejarse tanto tiempo de la metrópoli.

Yoongi tenía buenos recuerdos en el campo.

Disfrutaba de sentarse bajo la sombra de un árbol para leer una de las tantas historias que tenía pendientes en su librero. Al caer la tarde, él siempre elegía tomar la limonada helada que preparaba su abuela, que si bien le resultaba asquerosa al gusto, nada se comparaba con esa sensación cálida en su pecho al ver la sonrisa de su nonna.

Sin embargo, todo tenía un límite. Un mes se sentía como una eternidad. El pelinegro podría jurar que hasta terminaría extrañando los constantes gritos de Jin y la torpeza de Namjoon.

Desconectarse un tiempo de la intensidad de la ciudad y reencontrarse con uno mismo era algo positivo y necesario en algún punto, pero para dos jóvenes adultos acostumbrados a pasar gran parte de la semana con sus amigos, saliendo de aquí para allá en la infinidad de ofertas de entretenimiento que prometía la urbanización, no resultaba ser un viaje tan tentador.

Rincón del Cielo debía ser el pueblo con menos cantidad de habitantes en toda la región. Aquel sitio aparecía a duras penas en Google Maps, sin señalizar las precarias calles de tierra que lo conformaban. Tan solo era un nombre solitario en el medio de una ruta nacional.

Yoongi estaba seguro de que en aquel sitio no vivían más de cien personas, pero se sentía desolado ya que gran parte de los habitantes ocupaban su tiempo trabajando en el campo y no regresaban a sus hogares por varios días.

Persiguiendo las estrellas - YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora