Tarareo feliz, es exquisito. Dulce, rosado, y cítrico.

Le devuelvo la copa, él todavía mantiene su mirada puesta en mí. Hay un brillo especial en sus ojos que logra atraparme en el instante en el que vuelco mi atención de vuelta en él.

—¿Te gusta?—Su tono se vuelve bajo, aterciopelado y seductor. Justo como el vino que acabo de probar.

—Mhm—El sabor aún se mantiene dentro de mi boca, picando ligeramente en la punta de mi lengua—¿Qué cosecha es?—Pregunto genuinamente interesada.

Amo el vino. En botella delgada, cuello largo y cosecha antigua. Esos son los mejores. Los rosados son mis favoritos, pero por alguna razón siempre pido blanco. Nunca tinto, jamás. Ese lo detesto. 

—Del dos mil—Responde. Las pupilas en sus ojos se expanden—Aquí tienes—Su sonrisa se extiende lentamente en una expresión casi malévola.

En ésta ocasión él me la ofrece. No dudo en tomar la copa otra vez, el sabor es tan intenso que mis papilas gustativas no pueden negarse a darle otro trago. Cuando el líquido pasa por mi garganta, hago nuevamente un sonido de aprobación. No me quiero ni imaginar cómo será su vinoteca privada. Un poco codiciosa de más, doy otro sorbo. Pero para mí mala suerte el cristalino y rosado líquido se derrama de la comisura de mis labios. Apenada llevo mi dedo pulgar para limpiarme, pero Alexandro se me adelanta.

Siento el calor de su tacto justo en mi barbilla, barriendo a su paso toda prueba del alcohol escurridizo. Me quedo muy quieta en mi lugar con una extraña necesidad punzando en mi estómago bajo. Abro los ojos sorprendida, él hace un buen trabajo en no darse cuenta de mi estado o simplemente lo ignora. Quiero jadear cuando lleva su pulgar hasta sus propios labios, apretándolo en el interior de su boca. Se toma un segundo, absorbe el gusto dulzón mientras sus ojos están clavados con intensidad en los míos.

—Nada mejor que un buen vino—Lo dice tan casual, como si no acabara de hacer algo tan sumamente íntimo conmigo—Puedo darte una botella si gustas, tengo más de todas formas.

Trago saliva con dificultad. Me esfuerzo por buscar las palabras para darle una respuesta y no parecer estúpida. Joder, y yo que me pasé la noche entera intentando que su actitud peligrosamente caballerosa con algún que otro momento de todo menos inocente, no me afectara y me deje justo como lo estoy en estos momentos.

—No hace falta—Me acomodo sobre mis propios pies, inquieta.

—Insisto—Su ceño se frunce—Pero por ahora vamos a alimentarte, la comida en ese evento tenía un gusto terrible.

Suelto una risa intentando dejar atrás lo sucedido. Pero no es nada sencillo, el contacto de su piel sobre la mía todavía me tiene alterada. ¿Es así como se siente desear a una persona? ¿Es tan fuerte, tan abrumador y sorpresivo? Los vellos de mi nuca siguen erizados.

—Tienes razón, creo que nada era salvable—Me encojo de hombros. Él ríe, también de acuerdo.

Lo sigo de cerca hasta la cocina.

Los muebles tienen una hermosa superficie de granito, brillan de tal manera que me hace dudar que él le de uso a ésta parte del departamento. Todo está decorado en tonos grises, negros y un poco aquí y allá de blanco. Bastante simple pero elegante.

Camino hasta el desayunador, me siento sobre uno de los taburetes esperando pacientemente. Apoyo ambos codos sobre la isla, hechizada al verlo sacar un par de cosas del gigantesco refrigerador y otra cuántas de la alacena. Cada uno de sus movimientos son coordinados, se desliza por la habitación con tanta elegancia que no deja de asombrarme. Su espalda ancha, hombros fuertes y brazos definidos captan buena parte de mi campo de visión. Intento concentrarme cuando comienza a colocar las cosas frente a mi.

Esclava del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora