No puedo quedarme en esta ciudad que me ha arrebatado todo. Y aunque me duela admitirlo, esta vez mis padres tienen razón, no debí regresar porque solo causo dolor a donde sea que vaya y eso está comprobado...

Después de una hora conduciendo con la deprimente compañía de mis pensamientos, mi cuerpo ya no da para más y simplemente me detengo, deseando no sentirme así de entumecido por dentro porque cada vez es lo mismo, nada cambia, siento que mi vida se congeló en el tiempo y la sensación me está matando lentamente.

Sin siquiera haberme dado cuenta, he llegado a un motel que no tiene buena pinta desde afuera y puedo asegurar que por dentro es igual o peor, pero eso es lo de menos, así que pago sólo por una noche. El anciano de la recepción me da la llave del cuarto en cuanto recibe el dinero y sigo mi camino por el pasillo que me indica.

Creí que podía seguir y dejar todo atrás pero no es así. No pienso permanecer más tiempo en Nueva York, fingiendo que no me quema el alma hacerlo, mañana hablaré con Connor y le explicaré que no puedo seguir en esta ciudad sin sentir que me asfixio con todos los malditos recuerdos que luché por mantener ocultos.

Pero siguen llegando y sé por qué. Estoy traicionando su memoria.

Me adentro en el pequeño cuarto mientras dejo escapar un bufido al reparar las paredes descarapeladas y los cristales rotos de las ventanas, algo que quizá, hace años, me hubiera importado pero que ahora ni siquiera me molesta, así que me tumbo en la cama que rechina cuando mi peso cae sobre ella.

Miro al techo y dejo que vuelva el peso de la carga que llevo sobre mis hombros, abro mi corazón al mismo dolor insoportable que me oprime el pecho y hace que mis ojos ardan mientras el recuerdo de ella a mi lado me traspasa y la sensación se asemeja a un cuchillo afilado presionando mi garganta.

Las lágrimas acumuladas dejan de caer cuando la imagen de Ada se apodera de mi mente y de repente, puedo respirar o al menos, no sentir que me estoy muriendo. Lo que es peor porque tampoco debería estar pensando en ella. No debería permitirme pensar en nadie.

Hago un intento de ignorar los molestos sonidos del exterior, la ciudad evidentemente sigue despierta, respiro hondo y cierro los ojos queriendo descansar de tanto desastre porque no encuentro un ápice de paz desde que puse un pie en este lugar dónde todo parece ir mal.

Y sin darme cuenta, una ola de sueño me sacude cuando los párpados me comienzan a pesar, un bostezo se escapa de mi garganta y dejo que el agotamiento mental se encargue de hacer lo suyo, llevándome a ese lugar donde las cargas no duelen tanto...

—Tengo mucho miedo, las tormentas me asustan, Ryan —Su voz era apenas un susurro, los labios le temblaban y un brillo de preocupación crispaba sus ojos castaños. Sabía que no estaba bien.

Maldecí en voz baja porque no deseaba preocuparla, menos en su estado. Tenía que sacarla de ahí y marcharme con ella a un lugar donde la maldad no pudiera alcanzarnos.

—¿Confías en mí? —acuné su rostro con ambas manos tratando de ser cuidadoso y la hice mirarme fijamente.

Una sonrisa triste curvó sus labios, más no lo pensó dos veces antes de asentir y volver a hablar.

—Sabes que sí —sollozó débilmente mientras revoloteaba las pestañas intentando alejar las lágrimas—, confío en ti más que en nadie.

Lo sabía pero escuchar su reafirmación solo me hizo sonreír con alivio. Planté un beso en su frente y me encargué de mantener mis labios sobre su piel más tiempo de lo normal. Necesitaba sentirla cerca.

Ella soltó un suspiro temblorosa cuando le acaricié las mejillas.

—Entonces no tienes nada de qué preocuparte, cariño —deseaba tanto creer en mis palabras y ella también, aunque no me lo dijera—, estaremos bien, prometo protegerte de cualquier cosa que intente hacerte daño. Prometo cuidarlos...

La Noche Que Nunca ExistióWo Geschichten leben. Entdecke jetzt