Prueba de aguante

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Respiró con profundidad el aire helado de la mañana hasta que sus pulmones dolieron y poco a poco dejó salir todo el aire contenido, observando como salía vaho desde sus fosas nasales. Un casi imperceptible rocío matutino le humedecía la piel, sin embargo, ni siquiera podía sentir las ligeras partículas de agua condensadas a su alrededor.

Desvió la mirada entre desinteresado y avergonzado, un terrible vacío le apretujaba el corazón con tal fuerza que el pecho entero le dolía y la garganta se le cerraba con el único objetivo de contenerse los quejidos de dolor. Intentó tragar, pero le era imposible, intentarlo tan solo lo estaba lastimando más.

Los ruidos en la casa de campaña que estaba detrás suyo le hicieron prestar más atención a su alrededor, conforme el sol comenzaba a salir perezoso de entre las colinas que los rodeaban. El sonido de las aves que migraban al norte durante la primavera lo distrajeron por breves segundos, los suficientes para que Sejuani terminase de preparar los últimos detalles antes de llevar a Leifr al campo de entrenamiento improvisado que se había hecho la tribu en el asentamiento temporal actual.

El muchacho mantuvo la vista pegada al frente, con la manta de piel de Elnük cubriéndole la espalda para evitar que enfermase. Se atrevió a mover los ojos en cuanto una mano le tocó la nuca de forma esporádica, queriendo sacarlo de su ensimismamiento para que se pusiese en marcha.

—Vamos, cachorro —Dijo con voz firme la matriarca, sin embargo, una pequeña pizca de resentimiento le hizo punzar el corazón a Leifr.

—Me van a hacer mierda —Soltó entre dientes el chico mientras se colocaba en pie a un lado de la mujer, de inmediato sintió nuevamente la mano de Sejuani tocarle la nuca, lo cual le colocó la piel de gallina y por instinto se separó lo más rápido posible. Los recuerdos del día anterior se aglomeraron al frente de sus pensamientos y sintió que desfallecería ahí mismo— Puedo ir otro día, por favor, déjame volver a la casa de campaña —Suplicó al mismo tiempo en que sentía como los oídos le zumbaban y los latidos del corazón se aceleraban con preocupante rapidez.

—No, Leifr. No es momento para dejar que te gane el miedo, vas a ir y todo estará bien —Reprendió la mujer, con el ceño fruncido y una expresión colérica que denotaba su hartazgo por el comportamiento tan miedoso y débil del cachorro— Los débiles no sobreviven, Leifr. Y yo no quiero tener un cachorro débil y cobarde que no afronta los problemas, así que quítate esa mierda de la cabeza y camina —Lo tomó con fuerza por el hombro izquierdo y le obligó a avanzar a través de la acampada.

El silencio era tan pesado que por un momento Leifr creyó que se trataba de un sueño de muy mal gusto, o algo muchísimo peor: Una pesadilla cuya única intención era comerle la cabeza para llevarlo a caer en la locura. De una forma u otra terminaría cayendo, porque ya no había vuelta atrás, no desde que Sulmundur intentó abusar de él, no cuando ahora podía escuchar las voces de los espíritus pelearse dentro suyo.

La soledad era perturbadora, estaba acostumbrado a siempre escuchar la forma tan vivaz y desordenada con la que la tribu entera operaba, pero la imagen actual era la de una ciudad fantasma que aún se mantenía en pie tras haber sido brutalmente saqueada por los bárbaros. Irónico, porque ellos eran los bárbaros que saqueaban.

Inspiró con profundidad el aire matutino conforme se acercaban cada vez más a la zona de entrenamiento, desde su posición alcanzaba a ver al resto de jóvenes apilados los unos contra los otros para mantener el calor corporal que guardaban con tanto recelo. Leifr tan solo se dedicó a negar en silencio al darse cuenta de que él no sentía tanto frío como el resto pudiera sentir.

Claro, llevaba por encima la piel de elnuk que le brindaba refugio ante el clima tan inclemente, pero no llevaba capa tras capa de ropa como los otros chicos ¿Era por qué tenía la bendición de Volibear o por qué tenía sangre vastayana recorriendo sus venas? No lo sabía, pero tampoco era tan importante a su parecer.

Linaje: Condenado al infiernoWhere stories live. Discover now