—¡Pero Federico, esas no son las órdenes! —Le aclaraba Antonio mirándolo sorprendido.

—¡Tú cállate mierda que yo sé lo que hago, —gritaba descontrolado Federico, desenfundando su arma y apuntándole a Antonio para que éste accediera a sus demandas— andando, vamos a la casa de la vieja de mierda que tiene por suegra!

Al sentirse seguro de que ya los había perdido, Arturo lograba llegar a la plaza del pueblo, notando que el autobús aún seguía estacionado en el lugar. Pero para su mala suerte también notó que William y sus amigos se encontraban en la plaza emborrachándose. Este nuevo problema era algo que ni siquiera había pensado podía ocurrir.

—¡Pero por la cresta, —exclamaba mirando al cielo, buscando respuesta ante el escenario adverso frente a sus ojos— este weón está aquí con sus amigos emborrachándose! ¡Por la puta, cómo tan weón! ¿Y ahora qué cresta hago para que no me vean? Si estos weones me ven, dentro de su borrachera capaz que me echen a perder todo. ¿Qué cresta hago? Por la mierda hermanito, bien poco te importó mi muerte, ya estás con tus amigos de mierda. ¡Tengo unas ganas de acercarme y ponerte un combo en el hocico por weón! (Si okey, se me salieron muchas palabrotas, ¿y qué quieres que haga si este hijo de mi madre está haciendo lo que no tendría que hacer? Mejor sigue leyendo)

Había logrado evadir la vigilancia sobre él, pero no contaba con encontrarse con William completamente borracho. Se suponía que cuidaría de su familia en su ausencia, y al verlo prisionero del alcohol y las malas amistades, dudó en si lo mejor que podía hacer era abandonar el pueblo o quedarse para intentar hacer algo por él. Por un momento pensó que la presencia de William y sus amigos en la plaza podría ser un beneficio producto de su evidente estado de ebriedad, podrían ser un factor de distracción.

Caminó en dirección al autobús pensando en cómo escabullirse sin ser sorprendido, y por instinto en su andar tomó una piedra del suelo, y al estar cerca la arrojó hacia el grupo de borrachos, esperando reacción por parte de ellos, lo que resultó. El grupo se sintió atacado, y al voltear la mirada se encontraron con el chofer del autobús, quien estaba parado a un costado de éste en espera de los niños.

Sin perder el tiempo se abalanzaron sobre él buscando pelea, puesto que con el piedrazo hacia ellos, sintieron su espacio invadido y su fiesta truncada. Y más aún con el hecho de que la piedra les había quebrado justamente la última botella de cerveza que disponían. En cosa de segundos se había armado un caos entre el grupo de borrachos, el chofer y los transeúntes que salieron en defensa de éste.

Aprovechando esto, Arturo se metió al portamaletas, lamentando lo que había provocado y con la esperanza que todo acabara pronto y que el chofer no resultara dañado producto de su acción, pero debía provocar una distracción, y para bien o para mal, su hermano se encontraba en el momento y el lugar indicados. Minutos después sintió que el alboroto era menor, el caminar de varios niños en el interior del autobús y el motor de éste puesto en marcha.

Con el andar de la máquina, a lo lejos sintió el sonar de la sirena de un vehículo policial, y su pesar fue mayor por lo que había provocado. Ya imaginaba que una vez más por culpa del alcohol y sus amigos, William tendría que estar en un calabozo, lo cual ya era un tanto normal, pero a pesar de ello sentía una mezcla de pena y rabia. Para cuando Federico y sus secuaces se dieron cuenta del engaño, el autobús se encontraba lejos de su alcance, por lo que Arturo estaba seguro, y lo primordial, con vida.

—¡Este mal nacido no aparece! —Protestaba Federico, minutos después que llegaron a las afueras de la casa de la suegra de Arturo.

—¿En verdad crees que venga, o en definitiva nos tomó el pelo? —Antonio sembraba la duda con su pregunta, y no contaban con tiempo como para estar desperdiciándolo, por lo que debían resolver pronto lo que harían.

UNA NUEVA IDENTIDAD. (COMPLETA)Where stories live. Discover now