Hijos del sur

102 24 21
                                    

El Instituto Militar de Virginia resultó ser todo lo que Jackson imaginaba y nada de lo que esperaba

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El Instituto Militar de Virginia resultó ser todo lo que Jackson imaginaba y nada de lo que esperaba.

La escuela le recibió con la sobriedad y agradecimiento que se daba a aquellos deseosos de hacer una carrera sirviendo al país.

Elegantes grabados en las paredes enfatizaban el compromiso de alentar lo que se consideraba una de las más veneradas vocaciones.

Arte inspirado en el patriotismo y comunicados en papel siempre funcionan. Se mantienen allí, imperecederos, sin tomar en cuenta las variables humanas. La realidad era otra.

No todos los estudiantes del instituto estaban comprometidos con el honor al nivel de los padres fundadores. Si bien alguno decidió seguir la carrera militar por ambiciones propias, otros simplemente lo hacían por compromiso. Tal era el caso de Kendall Leese, su compañero de cuarto. El joven llegó altamente recomendado por el decano, y en poco se hizo cargo de destruir las expectativas.

—Jackson Pelman, de Savannah. —Leese le miró de reojo mientras lustraba unas botas para la gala formal —. O al menos eso dicen tus papeles. Los comentarios de pasillo, como es de esperarse, son pura especulación. Entraste becado y en lugares como este, es la muerte de la vida social. ¿Quiénes son tus patrocinadores?

Jax observó a su compañero. Por lo general podía leer a las personas con precisión, pero se le hizo difícil entender si Leese estaba siendo amable o extremadamente grosero. El tono de su voz era tan neutral y que impedía llegar a conclusiones. Parecía ser uno de estos jóvenes de patrimonio, con historia familiar bien cimentada en la región. Pelman respiró profundo y se preguntó si tendría dolores de cabeza hasta entre las cuatro paredes de su habitación. Optó por ser brutalmente honesto.

—Jackson Pelman, de Florida. Todavía no he vivido lo suficiente como para tener una historia interesante, pero pienso remediarlo. Y sí, becado. Cortesía de los Devereaux de Tallahassee.

Algo de lo que dijo llamó la atención de Kendall. El joven dejó lo que estaba haciendo y se puso en pie. A pesar de ser cercanos en edad, Leese era estudiante de segundo año. El decano le había asignado a un estudiante experimentado como compañero, por circunstancias especiales. No todos los días se recibía en el instituto a alguien que no conociera el campus por exposición. Era un lugar donde los apellidos abrían espacio y Pelman no resonaba con nada, ni con nadie.

Los ojos de Kendall, tan claros como los de Jackson, se fijaron en el recién llegado, mientras que en sus labios se formaba una sonrisa. Se acomodó el cabello de tono rojizo, el cual seguramente tendría que cortar antes de la gala y le dejó saber, entre risas, todo lo que necesitaba.

—Dicen que nada bueno sale de Florida, y mucho menos de Tallahassee. Mi familia es de Baton Rouge. Mi padre solía tener negocios con los Devereaux de Nueva Orleans. Dejó de lado a los de Florida por considerarlos tediosos. Debiste haber hecho algo genial para que la insoportable de Susanne y el blandengue de Maurice te declaren sustituto de su hijo Philippe. ¡Tiene que haber una historia interesante detrás de esto! —Lo miró detenidamente antes de decir algo completamente inesperado—. ¡No me digas que tienen planes contigo y Magnolia Devereaux!

Jackson le miró con seriedad y sospecha. En la casa de Tallahassee no se hacía mención de antiguas relaciones de negocios. Sin embargo, Leese parecía estar enterado de uno que otro asunto. El hecho de que mencionara a Magnolia como a un premio, le provocó una indignación que corroboró la sospechas de su compañero.

Siendo apenas un adolescente, las emociones se le leían a flor de piel y lo que consideraba un secreto entre él y Maggie se hizo evidente ante un total extraño.

—Lo lamento. —Leese se compuso, recordando ante todo, ser un caballero—. Creo que comenzamos con el pie izquierdo. Me estoy portando como la lista de idiotas de buena cuna que vas a encontrar aquí. Si el decano confió en mí para hacerte sentir como en casa, es mi deber hacerlo.

Extendió su mano y asintió reconfortado cuando Jackson no se negó a saludarlo y advertirle.

—Todo bien conmigo. Lo único que he de pedir, como acto de buena fe, es que la señorita Devereaux no ha de ser tema de conversación.

—No te preocupes, amigo. Si de mujeres se trata, yo tengo una propia de quien hablar y voy a utilizarla para darte la primera lección de supervivencia en este lugar.

Kendall agarró un sobre, el cual estaba dentro de una caja sobre su buró. En el mismo había una carta de apenas tres líneas. Se la hizo llegar a Jackson quien leyó:

Este es tu último semestre en el instituto militar. Vuelves a casa, te espera un matrimonio con la heredera de la familia Luzzone.

-Earnest Leese.

—Si te preguntas si se trata de mi padre, estás en lo correcto. No es difícil adivinar, dado que la carta está llena de afectos —Leese hizo énfasis sarcástico—. He estado en este hoyo desde los quince años, edad temprana para un matriculado. Mi padre consiguió esa dispensación con una suma monumental de dinero. Odio este recinto. Pero con tal de ser contrario, se me antojó ser el estudiante más destacado. Ahora, pensando que lo disfruto, el muy bastardo ha decidido encausarme a otro destino. Esto es lo que nos espera como hijos del sur. Cumplir con el deber sin hacer preguntas. Si alguna vez alguien te saca en cara no tener abolengo, ríete de su ignorancia. El carecer de apellido te hace más libre que cualquiera de nosotros. Para empezar estás aquí porque quieres. Eso te da una ventaja sobre todos. ¡Ponla en uso!

—No lo había visto de esa manera —observó Jackson—. Supuse que todos compartían mi interés. Mi madre siempre me ha dicho que para ser médico, sacerdote o militar, hay que tener vocación.

—¡Santa inocencia neófita! Vamos a ver si puedo librarte de ser víctima segura. Durante los años que he estado aquí, he interpretado tan buen papel que el decano me ha pensado perfecto para aclimatarte a la escuela. Voy a hacerlo. ¡Considerémoslo una última misión! Al menos tendré seis meses en qué entretenerme. A ver, ¿quién te tocó como profesor de filosofía militar?

—¡Ah! Fácil de recordar. Se apellida Jackson. —Jax señaló la hebilla junto a las botas y se prestó para ayudar a sacarle lustre. En poco recibiría su uniforme, y le hacía falta la práctica.

—¿Thomas Jackson? —Kendall silbó— ¡Estás jodido, mi hermano! A menos que sepas biblia, que el hombre tiene más de teólogo, que lo que tiene de profesor o experticia en armas.

—¿En serio?

—¡Tan serio como el rosario de la aurora! Qué de nada de servirte, porque el hombre es presbiteriano...

Esa conversación inicial no solo le ganó un amigo con el que eventualmente, a pesar de sus objeciones iniciales, llegó a compartir su vida y sus planes.

Aprendió lo que debía: trabajar duro e ignorar las estupideces de los que resentían su estación. No por el hecho de que no fuese adinerado, más bien porque, de jugar sus cartas adecuadamente, al finalizar el instituto sería libre de escoger su destino.

Se dice que en el sur, todo hombre de bien algo debe. En su tiempo en Virginia, Jackson llegó a pensar que podía ser justo, sin deberse a nadie...

MagnoliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora