Capítulo 4

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Cyara no sabía que tenía en mente al aceptar la propuesta de Esteban. La lógica de los hombres era absurda. Completa y absolutamente absurda. Si hiciera las cosas a su manera quizá conseguiría más de lo que llegará a conseguir de esta nueva forma.

Sara y Laura no habían ido esa noche. Todavía estaban con resaca por la anterior. No iban a estar de borrachera todos los días, no podían permitírselo. Tenían un mínimo de respeto por su hígado, no querían destrozarlo antes de llegar a los treinta.

Susana no estaba allí esa noche, Cyara desconocía el motivo pero tampoco es como si tuviera una relación estrecha con ella. Se conocían, pero poco más. En cambio, el hombre que estaba esa noche tras la barra no lo había visto nunca antes en su vida, era atractivo, tenía una mirada coqueta y una sonrisa encantadora. Claro que eso no le servía mucho en el oficio, pues la mayoría de los clientes eran hombres.

—Buenas noches —los saludó cuando se acercó a su mesa—. ¿Qué puedo servirles?

—Cerveza, cerveza de la buena —pidió Esteban, que compartía gustos con la rubia.

—¿Corona?

Su expresión se descompuso nada más escucharlo. ¿Corona? ¿Eso era para él cerveza de la buena? Soltó una risa nasal, indignado, y levantó la cabeza con altanería.

—Estrella —aclaró.

—Ah —asintió con su cabeza—, ¿dos estrellas?

—Si, por favor —sonrió de manera fingida, el camarero imitó su acción antes de retirarse, después miró a la rubia con ambas cejas levantadas—. ¿A ti te parece normal? Decir que la corona es mejor que la Estrella Galicia es casi un delito.

—Coméntaselo a tu hermana y que lo encarcelen —pidió ella con cierto tono burlón en la voz.

—Seguro que Eva no tendría problema en detener a un hombre así —se mofa—. Es su tipo.

—Es el tipo de cualquiera, Esteban —le guiña un ojo.

—No empieces, Cyara, tú ya tenías presa para esta noche —le echa la lengua.

El camarero se acercó a dejarle las cervezas en la mesa y Esteban se apresuró en sacar su cartera para pagar. Ella no dijo nada al respecto porque ya sabía cómo era.

—Que disfruten —dijo, tomando el dinero y retirándose.

Así lo hicieron. Se pusieron al día mientras bebían, tenían mucho por contarse y aprovecharon el momento para hacerlo.

Se conocían desde que Cyara tenía dieciséis y Esteban diecinueve. Todo empezó siendo una amistad casual, los comentarios de uno le hacían gracia al otro y viceversa, pero pronto empezaron a acercarse más. Tuvieron sus noches, si, más no significó nada para ninguno de los dos. Eran detalles que no tenían en cuenta porque la amistad era más grande que todo lo demás, ellos sí que eran los mismos que no arruinaban algo así de bonito por unos polvos.

—Está entrando —susurró Cyara al verlo abrir la puerta.

Vestía impecable una vez más, esta vez con un traje gris que le sentaba demasiado bien a su cuerpo. Seguía trayendo aquel maletín con el que lo había visto el día anterior, así que supuso que volvía una vez más del trabajo, con todos esos documentos que eran importantes para el caso con el que estuviera ahora. Porque estaba en uno. Christopher era de esos nombres que no se despegaba del trabajo.

Esteban, que estaba de espaldas, le tomó la mano sobre la mesa y puso su sonrisa más encantadora. Era guapo, eso lo sabía muy bien, y tenía una dentadura perfecta que cualquier dentista envidiaba, por eso le encantaba lucirla.

La rubia se mordió el labio inferior, desviando la mirada a su acompañante en el momento que el abogado pasó por su lado.

Los miró de reojo, con una sonrisa ladeada en los labios que destilaba amargura. Fue casi efímero, no duró nada, como si no les diera la más mínima importancia.

—Me estás jodiendo —musitó Esteban, mirando al hombre—. ¿Él?

—Él —asintió con la cabeza, sonriéndole divertida.

—Cyara, joder, es Christopher —murmuró con obviedad—. Ese tío es el mejor abogado del país, mi hermana lo odia con todas sus fuerzas. ¿Por qué no me dijiste que era él cuando hablamos de este caso ayer?

—Porque te habrías negado —se encogió de hombros con desinterés—. Además, es un tío como cualquier otro.

—Bueno, eso podemos discutirlo —alzó sus cejas, mirando como el trajeado hombre bebía lo que parecía ser una bebida cara, de esas que a él le parecían de pijos—. Así que quieres follártelo, ¿eh?

Ella sonrió con diversión otra vez y miró en aquella dirección, su postura era la misma de ayer, su mirada tampoco había cambiado mucho, incluso se atrevía a decir que el papeleo era más de lo mismo, y si no lo era se parecía un montón.

Cruzaron miradas, Esteban fue rápido en apretar la suya para disimular que estaba atento mirándola a ella, acariciando todavía su mano, pero ella no se molestó en hacerlo, le sostuvo la mirada durante segundos.

Tenía la mirada abrasadora, caliente como el infierno, que cuanto más la quemaba más le gustaba.

Así era ella. Todo lo que le diera calor era bienvenido a su territorio.

—Estoy notando la tensión sexual, Cyara —advierte Esteban con diversión—. Creo que iré al baño.

Lo miró unos segundos, el guiño de ojo le hizo saber que solo era una excusa más para dejarlos a solas y que ella aprovechara del momento. Meneó la cabeza cuando lo vio levantarse e ir al baño.

Ella también se levantó, pero lo hizo para ir hasta la barra y situarse al lado del hombre que se robaba siempre su atención.

—Buenas noches —lo saludó, apoyando un codo en la barra para mirarlo de frente.

Él también la miró, giró su cuerpo para que su postura se ajustara a la de ella y ladeó la cabeza.

—Buenas noches, Cyara —su tono de voz era suave, relajado, pausado. ¿Había sido así la noche anterior?–. ¿Ayer con tus amigas y hoy con tu novio?

Sonrió socarrona. Al parecer estaba interesado, eso no era algo que se preguntara por simple compromiso así sin más.

—No es mi novio, al menos no todavía —le hizo saber—. ¿Qué hay de ti? ¿Otra vez solito por estos lares?

—Parece que si —asintió con la cabeza.

—¿Por qué frecuentas este sitio? —cuestionó—. No es algo que vaya contigo, no te pega. Eres elegante y formal, este bar es todo lo contrario, es más para gente como yo.

—Me queda de camino a casa —informó—. Además, la elegancia solo es pura fachada. Las apariencias son las que más engañan, ya deberías de saberlo.

—¿Ya debería de saberlo? —inquirió, acusadora.

—Mírate —chasqueó su lengua—. Cualquiera diría que eres un ángel.

—Tal vez lo sea.

Sonrió, burlón.

—No, las apariencias engañan —susurró—. Tú eres como Lucifer dentro de una mujer. Nunca antes había visto tanta maldad en una sola persona... Eres la personificación de la pasión.

Cyara se mordió el labio inferior al escuchar sus palabras. Ahí estaba. Ahí estaba. Ahora solo quedaba seguir en ese limbo para conseguir lo que tanto estaba ansiando.

Porque lo estaba consiguiendo, ¿no? ¿O como buen abogado estaba mintiendo palabra tras palabra?

Infames intenciones Where stories live. Discover now