Capítulo IX: No puede ser verdad

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Tardé más de diez minutos en darme cuenta de que él podría entrar de todas formas y que lo único que había hecho era bloquear todas mis rutas de escape. Pero la verdad ya ni siquiera me parecía lógico perder mi tiempo destrabando todo. No, estaba cansada, asustada y preocupada. Además, si él hubiera querido asesinarme, no habría perdido su tiempo hablando conmigo y luego dejándome ir. No. Aún no iba a matarme, primero debía asesinar a Mika. Lo único que él había querido lograr al gritarme eso era que cayera en su juego, que me asustara. Y muy tontamente lo había hecho, por lo menos por unos cuantos minutos.

Aún estaba a salvo, todavía no tenía por qué preocuparme.

Tuve que repetirme esa frase más de diez veces hasta convencerme. Pero lo logré, un poco al menos.

Las horas pasaron y logré mantener mi temor controlado. Por suerte, mamá regresó después que Ela, así que no se enteró de que básicamente me había encerrado dentro de la casa. Lo que no conseguí mantener tranquila fue a mi mente. No podía parar de pensar en Mika, en que tal vez por mi culpa Jason/Carter podría haberla encontrado, en que ella aún no sabía la verdad, por lo menos no completa. También fui incapaz de dejar de pensar en que mamá estaba ayudando a Jason, es decir, de qué otra manera él podría saber que yo ya conocía la verdad. Mamá le debía haber dicho que había hecho preguntas, que sospechaba algo.

Mientras todos esos pensamientos aún rondaban por mi mente, cayó la noche y se desató una fuerte tormenta. El ruido de los rayos y el sonido de las gotas estrellándose contra mi ventana a causa del viento impidió que me durmiera enseguida. De repente me había entrado la sensación de que mi encuentro con Carter no había sido casual. Sentía que él lo había planificado y que, contrario a lo que yo creía, su jueguito no se había limitado solo a asustarme.

A pesar de todo, aún con la tormenta desarrollándose en el exterior, me dormí.

A pesar de todo, aún con la tormenta desarrollándose en el exterior, me dormí

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Estaba corriendo por el bosque, desesperada. Estaba empapada por la lluvia, llena de barro y con las extremidades entumecidas por el aire gélido. Podía sentir cómo el terror corría por mis venas, cómo solo la imperiosa necesidad de huir me permitía seguir de pie. Pero todo era una sensación extraña, como ajena a mi cuerpo, ni muy intensa ni muy real. Es decir, no se sentía como en realidad solía experimentar esas emociones. Era extraño, aunque no menos aterrador.

Estaba corriendo en la oscuridad del bosque, a penas lograba ver algo con la poca luz que aportaban los relámpagos aleatorios. No obstante, conocía el camino, lo había transitado hoy por la mañana. Incluso llegaba a ver algunas de las marcas que había tallado en los troncos.

Quise frenarme, entender qué era lo que estaba sucediendo, pero mi cuerpo no me respondió, siguió en su huida desesperada. Fue entonces cuando noté que la ropa empapada no era mía. Que nada de ese cuerpo era mío. No. Era el cuerpo de Mika, la ropa de Mika, las emociones de Mika. Estaba viendo y sintiendo todo lo que mi gemela.

Pero era tan extraño.

Mika corría y corría. Su respiración era un desastre acelerado, su corazón también. Sin embargo, sus pasos eran precisos, seguros. Su mirada nunca se desviaba, nunca intentaba ver a quien la perseguía, ella ya sabía quién era, lo sabía desde hacía tiempo y por eso había huido de casa. Tampoco volteaba hacia la risa tan ruidosa como los truenos. También parecía consciente de que solo se trataba de una trampa. Y evitaba constantemente el camino a la cabaña, la rodeaba y luego se alejaba justo cuando Jason parecía creer que había logrado llevarla hasta allí.

La última tormentaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz