—La señora Merino me ha llamado —me dice Paco.
Mi mano detiene el avance por su brazo y me quedo mirando el almidonado azul de su camiseta de algodón.
—¿La madre de Ricky? ¿Para qué?
—Me ha preguntado si podía ayudar a portar el féretro en el funeral. Va a ser el domingo —dice, encogiéndose de hombros—. Le he dicho que por supuesto. Tampoco es que pudiera negarme, ¿No?

A veces olvido que Paco y Ricky fueron amigos en Primaria e infantil, antes de que Paco empezara con el deporte y Ricky... con lo que sea que hiciera Ricky. El primer año de instituto Paco entró en el equipo de fútbol del instituto y empezó a quedar con Raoul, que ya era una leyenda después de que su equipo de la escuela primaria casi entrara en la Liga juvenil. En segundo, los dos se habían convertido prácticamente en los reyes de nuestro curso, y Ricky no era más que el rarito que solía ser amigo de Paco.

Alguna vez he llegado a pensar que Ricky empezó lo de Bangover para impresionar a Paco. Ricky se enteró de que uno de los del equipo rival de Paco era el que acosaba a un grupo de chicas de tercero mandándoles mensajes y fotos guarras, y lo subió a una aplicación que se llamaba Alterschool. Durante un par de semanas, aquel rumor fue superpopular... y Ricky también. Puede que esa fuera la primera vez en que la gente del insti se fijara en él.

Probablemente, Paco se limitó a darle una palmadita en el hombro y se olvidó del tema, pero Ricky hizo que la cosa fuera a más y mejor creando su propia aplicación. El hecho de difundir rumores no tiene mucho alcance como servicio público, así que Ricky no tardó en empezar a colgar cosas mucho más ruines y personales que lo del escándalo del sexting. La gente dejó de considerarle un héroe, pero a esas alturas ya habían empezado a tenerle miedo, y supongo que para Ricky, en el fondo, una cosa era tan buena como la otra.

Sin embargo, Paco solía defender a Ricky cuando nuestros amigos se metían con él por Bangover.
—Tampoco cuenta ninguna mentira —observaba—. Dejad de hacer mierdas a escondidas, y dejará de ser un problema.

A veces, Paco solo es capaz de ver las cosas en blanco y negro.
Algo muy fácil, supongo, cuando nunca metes la pata.
—El plan de ir a la playa mañana por la noche sigue en pie, si te parece bien —me dice ahora, enroscando un mechón de mi pelo entre sus dedos.

Lo dice como si dependiera de mí, pero ambos sabemos que él es el que gestiona nuestra vida social.
—Claro —murmuro—. ¿Quién viene?
No digas María.
—Se supone que Raoul y Mireya, aunque Mireya no está del todo segura de que a Raoul le apetezca. Cepeda y Aitana. África, Carlos, Noelia, Marilia...
No digas María
—... y María.
Puaj. No sé si son imaginaciones mías o si María, que solía ser la chica solitaria y misteriosa, ahora empieza a apuntar a todos los planes que le propongan.

—Genial —digo, sin mucho entusiasmo, incorporándome para besar a Paco en la mandíbula. A estas horas, ya empieza a raspar, un cambio nuevo de este año.
—¡Marta! —La voz de mi madre sube flotando por las escaleras—. Vamos a salir.

Juan Antonio y ella salen al centro casi todas las noches, casi siempre a restaurantes, a veces a discotecas. Juan Antonio solo tiene treinta años, y sigue teniendo ganas de salir. Mi madre lo disfruta tanto como él, sobre todo cuando la gente se piensa que tiene su misma edad.

—¡Vale! —grito como respuesta, y la puerta se cierra de un portazo.
Un minuto después, Paco se inclina para besarme y me desliza la mano por debajo de la camiseta.

Mucha gente cree que Paco y yo llevamos acostándonos desde primero, pero no es verdad. Él quiso esperar hasta la graduación de tercero. Fue toda un acontecimiento: Paco reservó una habitación en un buen hotel, la llenó de velas y flores y me compró un conjunto de lencería alucinante de Victoria's Secret. Supongo que a mí no me habría importado que fuera un poco más espontáneo, pero sé la inmensa suerte que tengo de tener un novio que se preocupa de planificar hasta el último detalle.

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