Noche de insomnio.

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—¡Mamá no empieces por favor, —intervenía Gertrudis, quien ya se encontraba cansada de los tratos de su madre hacia William— ya fue suficiente lo de hoy como para que más encima tenga que soportar tus berrinches de mierda!

—¡Pero hija!

—Tranquila cuñada, no te exaltes. —Decía el aludido, reincorporándose del sillón y caminando en dirección a la puerta— Mejor ve a descansar, yo saldré a tomar un poco de aire y ordenar un poco mis ideas. Lo necesito. Con todo lo que ha pasado tengo la cabeza revuelta, necesito aclarar mi mente. Y aquí con tu santa madre es imposible. Ya luego volveré y le robaré a tu padre un poco de aquel rico café que prepara.

—¡Ya lárgate entonces! —Le gritaba ésta con clara molestia, no le gustaba en lo absoluto que la contradijeran en sus palabras, y menos si quien lo hacía era William.

—Mejor vamos niños, —decía don Eusebio para calmar los ánimos del momento, y por sobre todo sacarlos del lugar en caso de que las cosas se exaltaran más— mejor vamos para que descansen.

Los jóvenes finalmente accedieron y acompañaron a su abuelo, mientras que William salía de la casa. Gertrudis y doña Carmela se quedaron silentes en el living, ninguna tenía intención de cruzar palabra alguna. Una, con un dolor en el alma indescriptible, la otra, como ama y señora de la casa que no da su brazo a torcer, aunque la razón no esté de su parte.

William comenzó a caminar en dirección a los restos de la casa de su hermano, mientras Gertrudis rompía en llanto, evitando los abrazos de consuelo por parte de su madre. Frente a aquellos escombros, William se arrodillaba y podía por fin desahogar su dolor. Aquel que por años había sido su protector, su guía y consejero, ya no estaba para levantarlo. Esta caída era la más dolorosa que le había tocado vivir, se sentía totalmente perdido, sin saber lo que debía hacer.

Más por su mente sin cesar rondaba la idea de dar con el paradero de aquel con el que Arturo se había enfrascado en esa pelea en el bar, aquel desconocido llamado Federico. Aquella idea lo carcomía por dentro, y más aún con los rumores que en torno a él rondaban antes y después del incendio, pero sabía que no debía dejar que aquello lo consumiera, sabía que la prioridad era el bienestar de la familia de Arturo, y traerlo de vuelta para poder sepultarlo.

Logró expulsar parte de aquella rabia y dolor que consigo cargaba luego de terminar de darle puñetazos al suelo, y ver como la sangre emanaba entre sus manos. Ese flagelo fue una vía de escape y un desahogo, aunque no era suficiente, debía llegar más lejos, debía causarle a ese sujeto un dolor similar o mayor al que sentía en esos momentos.

Los primeros rayos de sol sorprendían a William aún frente a los escombros de la casa, había pasado toda la noche sin poder conciliar el sueño, y envuelto en un mar de dudas con lo que serían ahora sus vidas sin Arturo. Sin pensarlo tomó la camioneta y emprendió la marcha rumbo al cuartel policial para saber si había noticia alguna, aunque era demasiado prematuro el tener una respuesta, pero necesitaba preguntar, necesitaba esa vía de escape ante lo que aún no asimilaba.

—Buen día William, ¿tan temprano por acá? —Lo saludaba el cabo de turno a su llegada. Se trataba del cabo Mora.

—Así es mi cabo, vengo por noticias.

—Pero mi amigo, es muy prematuro para darte información que no poseo. ¿Acaso te enfrascaste en algún pleito anoche? —Le consultaba al notar la sangre que aún se dejaba ver en sus extremidades— Lo pregunto por la sangre en tus manos. 

—Lo sé, pero necesitaba venir. Y lo de la sangre, no fue por eso, necesitaba expulsar un poco de rabia, y en cierta medida el suelo me ayudó.

—Amigo mío, entiendo el dolor por el que estás pasando, todos aquí estamos de la misma manera, aún no logramos entender cómo algo así le pudo pasar a tu hermano, pero no puedo darte una respuesta que aún no tengo. Créeme que se está haciendo todo lo posible por saber lo que ocurrió.

UNA NUEVA IDENTIDAD. (COMPLETA)Where stories live. Discover now