🔯 IV. Obedeciendo órdenes 🔯

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TIMOTHÉE

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TIMOTHÉE




A partir de entonces, Paimon había estado ahí todo el maldito tiempo. Llegué a conocer los detalles de lo que quería. En cuanto a Eira, se detuvo y presenció todas esas imágenes. Iba a enloquecerla, por lo que pude leer su mente, y pensé que me haría preguntas más de las que ya me hizo.

¿Cómo es posible que haya llegado hasta aquí?

Hubo una noche en que, una secta de brujas hizo un pacto con la Legión Ardiente. Trataron de cerrar el círculo de "el manantial de sangre", contando con tan solo un alma pura del templo sagrado, pero, la figura que simbolizaba no era suficiente, y la profecía indicaba otra cosa. Paimon enojó tanto que desterró a todas las brujas de su reino y,  es en ese instante en que, no paró hasta encontrar nuevos súbditos.

El círculo se centraba en la perfección del poder. Contaba con un punto elemental, la irradiación que incumbía a la madre naturaleza y el límite exterior. Lo fijo e inmutable de donde partía el movimiento.

Paimon buscaba eso, apropiarse de todo lo que le rodeaba. Era un demonio perverso. Lo lograría con ayuda de la gran Madame Chandelle, una bruja legendaria que usaba su grimorio para complacer los anhelos del demonio, príncipe de la Legión Ardiente (L.A). Quien podía describir la complejidad de la mente humana y normalmente era muy calculador con ello. Tenía el control de la oscuridad, la facultad de remover el tiempo y el espacio. Del mismo modo, mezclar el inframundo con la tierra y moverse libremente por las ondas sísmicas que eran producidas por él mismo. Y, por último, nos concedió la inmortalidad a los caídos, demonios, brujas y vampiros de la legión. En caso de que sucediera alguna manifestación, los desterraba dejándolos atrapados en la oscuridad o los dejaba morir.

¿Y quién era yo en realmente?

Hace mil años, Paimon me designó como uno de sus más fieles siervos y decidió llamarme Timothée Chevalier. Él me encontró fuera de su mansión, con apenas una prenda de vestir que envolvía la parte baja de mi cuerpo. Tenía goterones de sangre en los poros, lama en las manos y ceniza en el torso.

Antes de ser un caído, primero había sido un ángel que bajó del cielo, cuyo pecado era imperdonable. Era uno de esos que se veía como cupido, con alas y una gonela. Sólido e indestructible disparando ráfagas de luz. Me encargaba de servir al reino celestial, Dios me tenía asignado la advocación y protección del edén. Pero mi vanidad me trajo hasta tal punto de perderlo todo, estuve en medio de la miseria y no tuve lugar a donde ir.

«Y aquí estoy, cumpliendo una grandiosa misión».

La chica: Eira Bradley.

Paimon tenía que ver mucho con ella.

Cenizas Del EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora