Gota # 2☔

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LADRONA.

No hay un dicho que dice: «Ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón»… o algo así. Pues me declaro perdonada por cien años.

¿Por qué?

Os voy a contar como me atreví a hacer lo que toda adolescente tiene miedo a hacer… como le robé un beso a mi crush, al ladrón de mis suspiros y pensamientos. No lo vais a creer pero lo hice, y no me arrepiento de ello.

Era un viernes en la noche. Ese día habíamos hecho la prueba final de historia y felices de haber terminado la preparatoria, fuimos a una discoteca para bailar, divertirnos y compartir. Para muchos de nosotros era la última vez que nos veríamos.

Desde la barra –en la discoteca había un pequeño bar– podía ver a mis amigos bailando en la pista. Y ahí estaba él, apartado de todos, siguiendo el ritmo de la música con la cabeza. Vestido de un azul tan oscuro que parecía negro, sus ojos azules resaltaba de una manera extraordinaria. «Es el momento perfecto para decirle como me siento… para decirle que me gusta» pensé.

¿Qué si no estaba asustada?

Estaba aterrada pero esa era mi última oportunidad para declararme. Él había decidido estudiar Arquitectura, mientras yo iba a estudiar Literatura, por lo que no nos volveríamos a ver. Y yo... yo quería decírselo.

Quería decirle que la primera vez que lo vi, me pareció un Don Juan y el típico badboy de los libros que solía leer en Wattpad cuando tenía quince años, pero que aun así había algo en él que me dejo intrigada y deseosa de una segunda conversación. Quería decirle que no me arrepiento de las veces que elegí salir de mi zona de confort para acompañarlo a una fiesta o a una de las tediosas cenas familiares en casa de su tía Julia. Quería decirle que le agradezco todo lo que hizo por mí… que me ayudara a tener más confianza en mí. Quería decirle tantas cosas…

Me levanté de mi asiento y me dirigí hacia él, repitiendo en mi cabeza todo lo que quería decirle, intentando no olvidar nada.

– Hola –me saludó, esbozando una sonrisa pícara, típica en él.

Le devolví la sonrisa.

– Hola –susurré nerviosa, sintiendo mis mejillas enrojecer– Dylan… yo… quería decirte…

Me detuve, apartando la mirada. No podía decírselo, mirándolo a los ojos. Su intensa mirada solo me ponía más nerviosa y ya había olvidado una buena parte de lo que quería decirle. «¡Joder, solo dile lo que sientes!» podía escuchar la voz de mi mejor amigo en mi cabeza, reprendiéndome, a la vez que animándome. Pero no podía hacerlo, las palabras se habían atascado en mi garganta.

Tomó mi rostro entre sus manos, obligándome a mirarlo a los ojos.

– María… –acarició con lentitud mi mejilla– ¿Qué ocurre?

Era el momento… el momento de hablar o callar para siempre. Pero las palabras seguían atascadas en mi garganta, y Dylan empezaba a preocuparse. Fue cuando tomé la decisión… la decisión de volverme una ladrona de besos.

Me paré en puntillas y en un movimiento veloz –que Dylan no fue capaz de predecir– uní nuestros labios. Lo besé como nunca había besado a ningún chico…, más que con los labios con el alma. Moví mis labios lentamente sobre los suyos, disfrutándolo unos segundos, e intentando tentarlo… pero Dylan no me correspondió el beso.

Sintiéndome triste y avergonzada, me aparté.

– Ummh… Lo siento… –le dije sin mirarlo a los ojos– Pero tenía que hacerlo. Me gustas.

No me respondió. Y luego de unos minutos en silencio, mordiéndome el labio inferior, me atreví a mirarlo a los ojos. Sonreía.

– Me empezaba a preguntar… –comenzó a decir, tomándome de la cintura y acercando su rostro al mío– Si iba a ser yo quien tendría que dar el primer paso.

Y ahora ya lo sabéis… sabéis como me volví una ladrona de besos… como seré perdonada por los siguientes cien años.

¡Por más crímenes como este!

Lo que Cuenta la LluviaWhere stories live. Discover now