—Mejor aún: soy joyero.

—Interesante… —murmura ella.

—Y puedo darte todas las joyas que quieras si te sientas a hablar un rato.

Su chantaje da resultados. La camarera se pone de pie y su pollerita corta se levanta, preparada para provocar a un nuevo calentón. Brian la sigue con la vista mientras se recorre los labios con la lengua.

—Entonces, ¿qué va pedir, señor?

—Dos sex on the beach, por favor.

—No es la especialidad de la casa, pero sí la mía —responde la rubia, sugerente.

Lo que ocurrió después es demasiado indecoroso como para comentarlo por aquí. Solo diré que ambos le hicieron honor al trago sobre la arena de la playa de Racine North Beach. Al resto, ya se lo imaginarán.

▂▂▂▂▂

—Tenemos que hablar.

Brian se arrepiente de haber pronunciado esas palabras, aunque cree que debe sincerarse con su hermano. El otro, un tal Oliver que está acostumbrado a navegar en las aguas de la cotidianidad, no sabe lo que le dirá, pero tiene un mal presentimiento. Abre la boca y formula la tan esperada pregunta:

—¿Qué ocurre?

—He roto el pacto.

La presión de la mano hace que el teléfono se deshaga en mil pedazos, acompañado de un enérgico chasquido. Tampoco es un mérito menor: nadie antes que Oliver ha logrado destruir un Nokia 1100 con semejante facilidad, ni siquiera esos raros que rompen los Guinness más impresentables. Ahora el cadáver del celular yace en el suelo, y a ninguno de los dos le importa.

—Carajo, Brian, carajo. ¿Se puede saber qué has hecho?

—Me acosté con una muchacha y ahora…

Brian deja el enunciado en suspenso durante unos segundos que a Oliver le parecen una eternidad. Esos segundos se llenan de hipótesis y de teorías, cada una más trágica que la anterior. Es Brian quien rompe el espiral de los malos pensamientos.

—Y ahora es mi novia.

Silencio. Oliver desliza la silla hacia atrás unos centímetros, sin nunca abandonar el salvaje contacto visual. En los ojos de Brian ve lascivia, lujuria y deseo. Y eso le asusta.

—Sabes que tienes que cortar con ella.

No es una pregunta, nunca lo fue. Es una afirmación, una afirmación categórica que pone a su hermano entre la espada y la pared.

Brian no responde. Tiene la cabeza gacha y acaricia con delicadeza el anillo dorado que corona su dedo anular. Las alarmas de Oliver estallan, pero pronto la alarma da paso a la furia y la cólera comienza a cantar.

—El pacto es muy claro con respecto a nuestras relaciones sociales —sentencia Oliver—: nada de novias, nada de sexo, nada que pueda esparcir nuestro apellido.

—Lo sé, lo sé, pero...

—«Pero» las pelotas. Juramos que seríamos los últimos nazis de la familia. ¿Olvidas por qué firmamos este pacto? Exacto, porque papá y Marine se suicidaron. Sí, se-sui-ci-da-ron. ¡¿Acaso tú también quieres volarte los sesos o cortarte las venas?! ¡¡Contéstame, mierda!!

—No, no quiero matarme, gracias por tu preocupación —repone Brian con una calma impostada que incita a la pelea.

Oliver suspira con fuerza para liberarse del estrés y golpea la mesa varias veces mientras imagina que es la cara de su hermano. Brian aprovecha para dar unos pasos atrás y avanzar hacia la puerta de la cocina. Pero su hermano frustra todos sus intentos de escapar con una nueva pregunta.

Nadie sabrá lo que fuimos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora