La casa parece hacerse lejos, como si en lugar de acercarme, me estuviese alejando. La puerta se abre delante mío con tanta fuerza que parecd haber sido lo único real en aquel extraño lugar. No entiendo cómo logro llegar hasta allí, a resguardarme en esta cabaña, oscura y siniestra. Cierro con fuerza y apenas atino a ver una última vez al sujeto que me persigue. Está a pasos de distancia de la puerta, como esperado a que lo dejen entrar.

Me alejo de la puerta, mirando extrañado detrás de la ventana cómo, cinco segundos después, todo parece recomponerse. Tengo la respiración entrecortada como si de pronto me fuese a desmayar. Mis pulsos han bajado tanto me todo empieza a darme vueltas, tengo las manos y pies frías, el cuerpo helado y mi corazón latiendo desbocado como si acabase de terminar una extensa carrera. Retrocedo a pasos lentos, cuidadoso de no alejar la mirada de la aterradora vista que arrojan las ventanas viejas y desgastadas. La luz en algún rincón de la casa es apenas útil para ayudarme a ver mi silueta de que se contonea sobre el suelo. Suspiro y cojo aire, llenando mis pulmones tanto como puedo en un intento por calmar la maraña de nervios que llevo cargando durante horas. Y allí, recostado sobre la pared de madera consumida por los insectos, veo por el rabillo del ojo una mano larga y huesuda apoyarse sobre mi hombro.

El terror viaja sobre mí en un latido furioso, tan fuerte, que no puedo evitar soltar un grito desgarrador, seguramente capaz de atraer la atención de toda la ciudad. Me giro a trompicones, golpeándome con todos los vejestorios que se cruzan en mi camino, sin saber qué hacer: si debo quedarme o huir de la casa para dejar que me coman aquellas bestias. Mis ojos me arden de la impresión cuando levanto la mirada sobre la luz anaranjada que me apunta directamente a la cada, parpadeando atolondrado porque lo último que veo es a una mujer anciana de pie a pocos metros de mí, mirándome con los ojos muy abiertos y examinándome con una sonrisa fúnebre y cargada de demencia.

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¿Dónde estoy? Entrecierro mis ojos en un intento por entender qué está pasando. Tardo entonces interminables segundos en comprender lo que sucede a mi alrededor, intentando adaptar la mirada sobre la oscura pared de madera picada, sobre las motas grisáceas que cubren mis párpados por el reciente sueño. Siento el cuerpo pesado, y los ojos, carentes de energía, insisten en detallar cada esquina de aquella habitación que no reconozco.

Uno, dos y tres minutos es lo que tardo en recordar la pesadilla que estoy pasando. Suelto un alarido impetuoso capaz de oírse, seguramente, en toda la cabaña. Me muevo de lado a lado, haciendo lo posible por levantarme sin ningún éxito. Me toman incluso cinco minutos más en lograr controlar mi cuerpo nuevamente. Estoy débil y no entiendo por qué, mi pierna derecha duele y mi tobillo aún más. Me siento extraño, como si no fuese mi cuerpo, como si estuviese dentro de un muñeco de trapo que no logra ponerse de pie. No siento nada más que esta larga y fina túnica que cubre mi cuerpo desde los talones hasta los hombros.

Me deslizo con pesadez por la pequeña y oscura habitación. No entiendo cuánto tiempo estoy caminando de lado a lado, pero no consigo dar con nada más que una ventana cerrada con un candado roñoso. Intento abrirlo por decimo cuarta vez sin éxito alguno. Y afuera, tan parco como si nunca saliera el sol, se mantiene gris, silencioso y cubierto de una neblina espesa que empaña las ventanas por completo. Lo último que puedo recordar es haberme metido a esta casa y después haberme desmayado.

¿Dónde estoy? Entrecierro mis ojos en un intento por entender qué es lo que sucede. Tardo entonces interminables segundos en comprender lo que sucede a mi alrededor, intentando adaptar la mirada sobre la oscura pared de madera picada, fijar la mirada sobre las motas grisáceas que cubren mis párpados por el reciente sueño. Siento el cuerpo pesado, y los ojos, carentes de energía, insisten en detallar cada esquina de aquella habitación que reconozco.

Sueños perdidos ©Where stories live. Discover now