– Yo siempre he sido feliz junto a ti, cariño, incluso cuando me odiabas al volver a Madrid. – dijo con una mueca burlona haciendo reír a Luisita. – No quería decirlo como si no hubiera sido feliz hasta este momento porque no es así.

– Lo sé, tranquila, no tienes que justificarte. Estás contenta y a mí me encanta.

Amelia siguió mirándola y pudo ver contradicciones, porque su sonrisa seguía siendo algo triste, pero sus ojos no le mentían. Estaba contenta por ella y sabía que siempre había sido feliz a su lado. Decidió hacerles caso a sus ojos, así que la acercó a ella y le dejó un suave beso en los labios que hizo que las nubes en la cabeza de Luisita se disiparan aún más.

– Estaría más contenta si tuviera a Eva aquí, la próxima vez que vengamos tiene que venir con nosotras. – dijo la ojimiel una vez que se separaron.

Luisita no contestó con palabras, pero su expresión mostró un gran desacuerdo.

– ¿Qué pasa? – preguntó Amelia bajando sus manos de la cara de Luisita.

La rubia la miró dubitativa, pero se dio cuenta de que esto no se lo podía callar.

– No sé si quiero que venga.

– ¿No quieres que conozca a mis tíos? – preguntó confundida. – Creía que te habían caído bien.

Luisita se la quedó mirando con la culpabilidad clavada en el pecho, sobre todo después de escuchar a Amelia referirse a ellos como "tíos" y no por sus nombres. Definitivamente, la ojimiel ya no se mostraba cauta con entablar lazos demasiado rápido.

– Si me han caído bien y lo sabes, no me refería a ellos.

– ¿Entonces? – Luisita bajó la mirada y Amelia dejó de andar para mirarla, porque por fin lo entendió. – Es por mi abuela.

Luisita la miró con un nudo en la garganta.

"No quiero que tenga que soportar a una mujer retrógrada, pero sobre todo, no quiero que sus palabras le hagan sentir tan mal como me lo hacen sentir a mí. No quiero que mi hija vea cómo me humillan ni cómo me siento pequeña, cómo cada palabra de Dolores hace que vuelva mi yo más insegura. No quiero que aprenda que está bien aguantar que te hablen así, porque esa no es la educación que le estamos dando. No quiero que, después de tanto enseñarle cómo las malas palabras son tan duras como los golpes y que no hay que soportarlos, vea que yo los aguanto y que lo hago por amor. Que lo hago por ti, Amelia, porque veo que la alegría de tener por fin una familia de sangre te está cegando y quitarte la venda significaría bajarte de esa nube de felicidad, y nunca podría hacerlo. Prefiero hacerme pequeña en silencio a hablar y abrirte los ojos aunque eso me esté fisurando por dentro, pero no quiero que mi hija lo haga, ni que vea cómo yo lo hago".

Pero no lo dijo. Se lo volvió a callar.

Así que, con los ojos brillantes por esas lágrimas que llevaban días reteniendo, endulzó todo lo que le pasaba por dentro.

– Simplemente no quiero que trate mal a mi hija. – murmuró.

– ¿Crees que yo dejaría que le hablara mal? – preguntó Amelia algo ofendida. – Nunca permitiría que nadie tratara con desprecio a Eva, simplemente creo que es una mujer muy mayor, Luisita, con ochenta años es prácticamente imposible cambiar de mentalidad. Sólo creo que hay que tenerlo en cuenta cuando habla, pero si viera que se pasase de la raya no se lo permitiría, al igual que nunca lo permitiría contigo. Solo quiero ver a mi familia junta al completo.

La rubia volvió a mirarla, sabiendo que no mentía, porque sí, sabía que Amelia las defendería si se diera cuenta, pero es que ahí estaba el verdadero problema, en que la ojimiel no era plenamente consciente de que no hacía falta que las palabras de Dolores fueran estrictamente insultos para hacerla sentir mal. Se puede humillar a alguien sin necesidad de usar insultos, pero eso sólo lo podía saber la ofendida. El resto nunca podría saber hasta qué punto nos hacen daño las palabras sino se lo hacemos saber al mundo, y ella lo sabía perfectamente porque era una de las cosas que siempre les decía a sus pacientes.

Un refugio en ti (#1)Where stories live. Discover now